Se levanta a las 6,45 y lleva a sus hijos al colegio, intenta
desayunar en un lugar barato y procura también ahí mismo
leer el diario. Comienza a continuación una serie de reuniones
con la finalidad de vender más. Sobre el mediodía, después
de ir y venir por la ciudad, almuerza en el comedor de la empresa,
lugar donde intenta hablar con sus compañeros de lo que aparece
en un televisor que está fijo en el canal de noticias. También
en ese momento, realza la esporádica risa -ha leído en el diario
que reírse es bueno para la salud-. Terminado el almuerzo,
piensa en invitar a una analista del área de marketing
a tomar un café, pero lo pospone y vuelve a ensayar con las ventas.
Más tarde, revisa sus logros en los archivos que lleva en la
computadora que le ha provisto la empresa al efecto.
En cada recorrido por la ciudad, lee algo que refuerza
su cultura. Preferentemente, libros promocionados
como saldos y rotulados como clásicos. Alrededor
de las siete, pasa por el mercado e intenta
profundizar su vínculo con bolivianos
y chinos que atienden el lugar. Para eso sonríe
y se muestra dispuesto a colaborar con el cambio.
Por fin, con las bolsas bien distribuidas en sus brazos,
llega a su casa y se entera de lo ocurrido a sus
hijos en el colegio; también intenta escuchar lo que tiene
para decirle su mujer. Conviene planear bien las vacaciones;
que no pase lo de siempre, retiene. Cena, ve televisión
sin acertar con un programa en particular y, consciente
que ha pasado otro día, y sin escatimar cantidades ni
lugares del cuerpo, se pone una colonia que le recuerda
su infancia apaga su velador y se dispone a dormir bien.
viernes, 16 de septiembre de 2011
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