lunes, 16 de julio de 2012

Esa arma, el lenguaje




Un discurso que tienda a descreer
de su propia capacidad para alcanzar
el volumen que tienen las cosas
los seres, todos los que con sus cualidades
vuelcan sustancias para generar efectos
imposibles de ser dimensionados
de modo certero.
Un discurso que se contente
con ignorar mucho de lo que intenta
describir y, en pos de esa incapacidad,
se deje persuadir,  no de su propia
eficacia, sino más bien de su carácter
incompleto, y de ese modo acepte grados de
incertidumbre aptos para lograr riquezas
que de manera ostensible lo ubiquen
fuera de categorías destinadas a forzar
un sistema de dominación donde los seres
en respuesta se ven compelidos a establecer
cánones, reglas sagradas, marcas en otros.
Pienso en un discurso que acepte
sus límites y propugne lo mismo
a un resto que más centrado en su
condición respire tranquilo, y arriba pájaros
y más arriba nubes
y después lo imaginado
y nosotros abajo en la tierra
conscientes de que es nuestra
imaginación la que penetra
fuerte y lejos.

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