lunes, 10 de diciembre de 2012

La familia, ese motor interno

El lapso que diferencia lo demencial de lo sano es la posibilidad de conectar con los criterios de realidad que, de manera espontánea, surgen a la luz de los comensales. Eso pienso mientras, en penumbras, cenamos. Las conversaciones, como suele pasar, son bastante previsibles. A todos nos cuesta entablar algún tipo de dialogo que supere los lineamientos que establece el reino de lo normativo. Pero está bien. La convencionalidad supone un vínculo bastante arduo con la facultad de crear, pero al menos nos dota de bastantes certidumbres. Ciertas maneras de acercarnos con códigos previsibles, y así sentirnos –a Dios gracias- en determinadas categorías emocionales conocidas. Las que suponen, en el bosque amenazante de las posibilidades, claros de paz. Una tranquilidad que surge de los mecanismos. La repetición de esas maneras que nos son de alguna forma sabidas. Como la familia misma, esa barca que nos lleva a la deriva en sintonía con sentimientos que intercalan registros que van desde el horror a la paz. Un registro que a veces recorremos de manera dinámica, y que otras veces nos estanca, como una referencia ineludible, a los mecanismos que nos permiten seguir aferrados a ese pequeño claro. Lo interesante en todo caso es comprender que la familia, como todas las referencias normativas importantes, funciona como punto de partida o destino hacia las distintas citas o relaciones a las que miramos cuando actuamos. Es decir, la familia como núcleo propagador energético es una onda que anidamos en lo más profundo de nuestro sistema emocional y, como tal, se mantiene en funciones siempre.

1 comentario:

A r t u r o dijo...



Benevolencia.– Entre las cosas pequeñas, pero infinitamente frecuentes, y por
consiguiente, eficacísimas, a las cuales la ciencia debe consagrar mayor atención que a las
grandes cosas raras, es necesario contar la benevolencia; me refiero a esas manifestaciones
de disposición amistosa en las relaciones, a esa sonrisa de la mirada, a esos apretones de
manos, a ese buen humor, de que por lo general casi todos los actos humanos están
rodeados. Todo profesor, todo funcionario hace esta adición a lo que es un deber para él; es
la forma de actividad constante para la humanidad, es como las ondas de luz en que todo se
desenvuelve; particularmente en el círculo más estrecho, en el interior de la familia, la vida
no reverdece ni florece sino por esa benevolencia. La cordialidad, la afabilidad, la política
de corazón, son derivaciones siempre resultantes del instinto altruísta, y han contribuido
mucho más poderosamente a la civilización que aquellas otras manifestaciones más famosas
del mismo instinto, que se llaman simpatía, misericordia, sacrificio. Pero se tiene el hábito
de estimarlas poco, y el hecho es que en ello no entra mucho altruísmo. La suma de esas
dosis mínimas no es menos considerable; su fuerza total constituye una de las fuerzas
mayores. Así se encontrará mucho mayor dicha en el mundo que no viendo con mirada
sombría; quiero decir, si uno hace bien sus cálculos y no olvida esos momentos de buen
humor de que todo día está lleno en todo vida humana, aún en la más atormentada.

Humano, demasiado humano.

F. Nietzsche.

Pareciera escrito para este texto tuyo Lucas.

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