Es impresionante el proceso de elaboración
de las creencias más intimas que, de una manera muy hábil, determinan instituir
a ciertos poderes como los encargados de arbitrar una respuesta posible a los
contextos más desgarradores: la muerte, el dolor, todas las experiencias que
nos sitúan en puntos que nos hacen tomar contacto con el límite, con la
impotencia, y son causa de la necesidad imperiosa que nos exige tener paradigmas,
elementos capaces de funcionar como piedras de apoyo frente a la marea que nos
lleva a un destino incierto, y por lo tanto arbitrario.
Esa es la dimensión más lúcida de las
creencias, los pequeños animales que nos ayudan a mover el carro que nos
permite andar, sobrevivir. No son especialmente verdades sino necesidades,
referencias creadas por nuestro propio ser con la ayuda de muchos otros seres. Velas
puestas en nuestro interior para darnos luz.
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