Cuando nace
un niño se inician todas las cosas. Se inicia un fondo de mar, peces que lo surcan. Los paisajes comienzan a encenderse y, de manera increíble,
se fijan como emociones en esa gran reserva que es el alma. Aunque el
alma en sí es algo más que esa reserva emocional. Por caso, incluye
la posibilidad de establecer conexiones incomprensibles; ésas que escapan a cualquier
relato. Vínculos no revelados que dominan la escena
inconsciente. Esa mucho más amplia que la conocida.
Pero nosotros, en
nuestro intento diario, tendemos a obviar esa realidad -que
está en lo subterráneo y nos hace perder, como seres pensantes, en un mar
nocturno perfectamente lleno de peligros imaginarios-.
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