Un hombre que
se aproxima a su arte
como quien
besa su talento y deja
de exigirlo
para, con mansedumbre,
acercarlo a
su pecho, besarlo, darle
las gracias,
y dejarlo jugar como
juegan las
mascotas que uno quiere,
o esos, los
pájaros, de rama en
rama, al
amanecer, cuando pareciera
que un
piano apenas audible
comienza a tocar
piezas que uno
en su perímetro
mental
apenas distingue.
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