Las maneras que
hemos aprendido,
esas que nos
constituyen.
No nos queda otra
que lidiar
con esa herencia e
intentar,
a partir de una
tierra
ciertamente
contaminada,
proveernos un contacto
útil
con ese bagaje para
conseguir algo
que tenga matices
propios. Al menos,
un contacto con una
necesidad
que percibamos como
propia.
Hablo de un gusto,
un placer, la realización
de un deseo que
pueda decirnos algo especial,
algo íntimo. Lo que
más precisamos saber:
eso que sentimos.
Pero lo que
sentimos no puede ser algo
demasiado propio. A
eso me refería antes.
Nuestros deseos son
las coordenadas
por donde transitan
nuestros sentimientos,
no son creaciones
demasiado personales.
Están teñidas por
un peso y una fuerza
considerable: la
historia.
La propia, la
familiar, la social,
la de nuestra
cultura. Hay capas
que nos integran a
niveles
que no nos permiten
vernos
como una
individualidad
en el sentido que
solemos hacerlo.