sábado, 15 de noviembre de 2014

Ataduras


Las incisiones en uno
que te alejan de esa
luz virginal que asoma
en la primera mañana
en que vas por el bosque
de la mano de alguien
y entonás una melodía
que es de lo más triste
a tu ojos, que son los ojos
que alguna vez estuvieron
libres de toda culpa
porque eran tan pero tan
pequeños que ni siquiera
soñaban con esos inventos
destinados a la regulación
del prójimo por el prójimo.

De manera que las cruces
a los costados que tiene el
bosque señalan tumbas,
otra cosa más que hay que contabilizar
como heredada, y pensar que se trata
de personas que vivieron y murieron
como uno, una y otra vez por los siglos
de los siglos, en un camino que tiene
algún sentido si le aplicás la palabra
arte: el arte de amar por sobre todas
las cosas: las cosas que alguna vez
estuvieron unidas por esos siglos
y que ahora te parecen quebradas
por un viento que azota una
costa muy al sur, muy indómita
libre de todas las especies que alguna
vez conociste y libre de los hombres
que alguna vez trataste, ¿se trata de
una fábula más que te plantea
la mente en su derrotero por
un espíritu que rara vez
se muestra?

Es extraña la palabra y es extraña
la poesía: está cargada de imágenes
que deben ser condensadas
en un cuadro que al mismo
tiempo debe ser pletórico; debe ser
disfrutado por otros
para que de alguna forma
sin dudas mágica
adquiera sentido el esfuerzo por
comunicar lo que sentís en el bosque
rodeado de pinos, de cruces, de esa
luz virginal que al mismo tiempo
rememora la costa indómita.

Es rara la palabra cuando
uno la suelta y parece
que las gaviotas arriba la captan
y la toman para ejercer vaya
a saber qué acción que las libere
un poco más
mientras uno sigue atado en tierra.

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