Lo iluminado por algo que titila
en la medida que la luz se pierde
en eso que nombramos destino o fábula
y desafiamos para volver enseguida
a sentarnos a su lado.
Y eso hacemos. Nos disponemos
con los dedos cruzados
-hay muchas formas de decir las cosas-.
Y hay muchas cosas para nombrar
al inicio de los sentimientos que por algún motivo
se desangran dentro del cuerpo.
Ese que regula desde lo más alto
la mente
la máquina que no se apaga ni se calla.
Ni permite sentirse controlada
por otra cosa que no sea
su
deseo
de comandar el desembarco
hacia una nueva guerra.
O por las expectativas que tiene.
Expectativas por encerrar
eso que nos obliga a enmudecer;
pero que en interior de uno está a los gritos:
¿reconocen ese tipo de malestar?
Muchos lo asimilan al calvario. Es una gruta
y se llena. Se llena a cada segundo. Los grillos, la
gente,
la infinidad de cosas que se dicen, las piedras,
las ideas fugaces y las ideas recurrentes.
Las fosas ampliadas a lo largo del circo y la
exuberancia.
La exuberancia de los nombres de los que alguna vez
quisimos
y hoy yacen bajo los escombros de nuestro peso.
¡Pero qué cosa más mentirosa es nuestro peso!
Las arañas caminan sobre el agua (lo repetimos
para no ponernos tristes). Es verano hoy.
Y nosotros no podemos acompañar
el ritmo que se propone por doquier y se llama
mundo.
No, no es fácil. No es fácil ser uno ni lo otro, ni
quererse
uno ni al otro. Ni tomar las cosas a la ligera,
como dicen que hay que tomarlas. Ni escribir cosas
que valgan la pena. Y mucho menos hacerlas.
Y mucho menos querer a los que decidimos querer
al inicio del espanto que se genera
cuando se abren las compuertas y el agua fluye.
Fluye el agua hacia un estanque. ¿Lo han visto?
Es negro y está plagado de arañas. Caminan sobre el
agua.
Y, aunque no lo crean, cantan. Cantan en voz baja.
Cantan en un idioma que los más viejos comprenden
y los jóvenes captan, muy de tanto en tanto,
porque es ínfima la cantidad de palabras que saben.
Ahora es de noche. Los maestros se han ido.
Eso quedó en evidencia. Tarde o temprano pasa.
Y cuando ocurre, lo mejor es no desesperarse.
Porque ni la imagen de la Virgen te ayuda.
Y a veces, ni la idea del mismísimo Dios,
ni la idea del Espíritu Santo, ni todas las ideas,
que no son más que fenómenos, ayudan.
Nada ayuda. Las constataciones menos.
Las constataciones son las que te dejan
a la espera de que llegue el subte.