lunes, 20 de julio de 2015

Erótica armería







ERÓTICA ARMERÍA





Lucas Videla Christensen
































1
Recuerdo el filo de la casa reclinada en la costa, con sus paredes altas y sus molduras campestres, con un gobelino de Bruselas en el living y otro en el comedor.

El día que cumplí los trece años nos encontramos, muy cerca de la casa, en un bar lleno de mandíbulas de tiburones secándose al sol.

Desde el verano pasado no te veía; y te lo quise decir, pero vos, con tu palito de agua semiderretido en la boca, no podías, o no querías, dejar de concentrarte en el frío auge que emanaba.

Y las voces cristalizadas de los comensales caían cerca, muy cerca.

Y por tu modo de andar, de vestir, yo quería decirte, vení, acércate, probá.

Y cuando bajamos a la playa, encontramos a tu familia bajo una gran sombrilla blanca.

Y allí recalamos. En la sombra que nos impulsaba a permanecer: los dos mirando el ungüento que tu tío pasaba sobre nuestros músculos extrañados.

Esos cuerpos eran el brillo, y mi visión estuvo siempre sobre ellos en la playa aquietada.

Y te pregunté ­-¿Por qué no vamos a caminar hasta el faro?

“Te quiero ver caminar hasta `El Babilonia´; quiero sentirte cerca del antro, cerca del mayor antro de sudamérica; con montones de seres descansando en la playa; bajo el sol; allí donde un reloj late como una bomba bajo la arena.

Y al final me comentaste: “¿Caminar hasta allá? No pienso ir tan lejos.”

Pero lo mismo salimos a caminar. 

Y al anochecer, vimos una vela en el oleaje espumoso que subía por las rocas. Y en torno a tu cuerpo, llegó a estar la luz de esa bonita vela, consumiéndose.

Y sin cerrar los ojos, creímos ver una virgen en su cuevita, lábil y cercana al faro.

Y un poco más allá, vimos un cortejo en el borde del muelle donde los cuerpos se arrojaban.



2
Al día siguiente, pasaron las nubes como una caballería que quiere escaparse del filo de una guadaña que no se calma.

Y yo las seguía con la mirada, desde la galería.

Caminando te llevé hasta el estremecimiento que nos detuvo sobre el filo del mostrador, en el último instante, cuando visitamos un puesto al final del acantilado.

Y no hubo atajo más dulce que la sombra que ocultó al cuerpo; a las tres y cinco, a la hora de la siesta, bajo la mesada que custodiaba una paloma de cerámica.

Poco después, en dirección norte, los teros se tranquilizaron, y recién levantadas de la siesta, tus hermanas tomaban sol entre las rocas.

--Me voy a descansar al escritorio-- les dije. Y me fui al sillón inmenso de cuero negro. Pero no pude dormir porque un ciervo empotrado en la pared, vigilaba cada atisbo que tenía mi cuerpo.

Y no pude descansar pensando en todas las miradas que atraviesan las lentas noches en el salón de caza.



3
Cada vez que podía, trataba de ver el interior de la quinta habitación de la casa. Allí tu abuela, con la bata china puesta, esperaba el tiempo restante.

Esa pieza estaba regenteada por una enfermera petisa y de piernas anchas, tan anchas que se rozaban dentro del pantalón verde manzana.


Y cada mediodía pedía tomar un jugo helado sobre la galería que miraba al oeste; la galería en cuyo borde el sol me entibiaba.

Luego inhalaba el césped recién cortado.

Y después corría al mar, para que el sol dejase de quemar la piel donde  soñaba, que manos anónimas se perdían.



4
Al despertarme, abría los postigones para ver el filo de la costa. Ese filo que hace a los cuerpos reclinarse sobre la arena; y yacentes, les cierra los ojos, como si ellos no pudieran sentir más el espacio, como si se envolviesen en el angosto pasillo del estremecimiento.

Descalzos, me acuerdo que bajábamos a la playa, por los escalones de un jardín donde se destacaban las hortensias florecidas.

Y una mañana en que todos dormían, nos encontramos en el pasillo de la casa; y vos, con tu camisón transparente, me miraste desde la oscuridad como una figura aparecida.



5
En la playa, al tiempo de caminar, arribaba a otro parador, y de nuevo estaba rodeado por el flujo luminoso que se extendía por los cuerpos puliéndose al sol; próximos al mar, no sabiendo cómo abanicarse.

Una tarde de lluvia descubrí un manojo de casas recostado en un brazo del mar, la tarde que pasamos en un puesto de bañeros a setenta pasos de la orilla. Y yo, intrigado por saber de mi suerte, me decía que apenas terminara de contar cada uno de los pasos, la ola debería tapar el número impar definitivo.

Y casi sin notarlo, empecé a visualizar tu ropa apilada muy cerca de mi cama, y a vos y la hija de la casera, las dos muditas abriendo la cama de esterilla.




5
Cuando todos dormían la siesta, yo no dormía, sino que contaba las flores que tenía el estampado de las cortinas; pensando que eso era una terapia; una forma de aburrir a mi mente y volverla más aplacada.

Pero era inevitable: con sólo salir y ver una mujer con piernas largas, recordaba a esas jóvenes embarazadas de la sombrilla vecina; esas jóvenes que a cada minuto se volvían más sensuales, más pródigas en sueños, y lo hacían sin notarlo, de una manera insufrible.

Eran mujeres de pelo lacio, que en la playa no me miraban, y sin embargo, un mediodía que las encontramos en el pueblo, miraron con disimulo mis pies sobre el empedrado.



6
Entre los chicos de la península, existía la moda de caminar con las cañas en la mano, aunque muy pocos pescaban. Algunos iban al muelle sólo para no aburrirse en sus casas.

Pero a mí, como me gustaba la pesca, viajaba hasta la caldera. Aunque fuera un despropósito caminar cinco kilómetros de ida y cinco de vuelta. A plena luz del día, entre caracoles rotos y piedras anchas y resbaladizas; piedras  dormidas como trampas que se cimbran, pensando durante la travesía en los millones de peces que todo el tiempo huyen de los tiburones. En un mar que a veces parecía frío y sosegado, y otros días en cambio, parecía estar batiendo sus alas.

En las tardes de temporal, íbamos a pescar a un espejo de agua. En el camino, el viento me hacía pensar que viajaba a través de cada punto de mis arterias; bajo el sol agobiante, entre olivos secos porque era domingo de ramos. Y el aire, sin brillos ni pausas, respiraba en mi cuerpo, y me hacia desear el paño que tu abuelo lavaba en la orilla.

-¿Cómo es que me acuerdo de tus manos y de tu pelo, pero no me acuerdo de tu voz?

-¿Qué voz supiste tener cuando repetías mi nombre en la orilla?



7
“Cada noche duermo con un tiburón rozando mis limpios pies dormidos. Y cada noche descanso tenso. Y después del amanecer ya tengo marcados signos de cansancio, y preciso echarme sobre el césped para ver un cielo nublado.”

Eso decía el diario de un pescador; mi diario.

Así es como pasábamos los días. Hasta que una noche, tu abuela se cayó de la cama, y todos salimos corriendo al hospital; e incluso vino tu madre desde Montevideo.

Esa tarde, desde mi ventana, observé como nadie conversaba en el grupo de sombrillas que esperaban como a media asta.

Y vos estabas en el porche llorando; y para consolarte te leí unos falsos poemas rusos:

“Cerca del estrecho de Baring, tres pingüinos nacen del mar; un mar picado porque ha parido. Y tus repeticiones, ardientes, no se equivocan: en la arena que despierta hay un cuerpo que todavía te roza.”

--No creo que haya pingüinos en Rusia -- me dijiste.

Pero a mí no me importó, y seguí leyendo: “Ya inmersos en médanos del mismo color pálido que tus labios, descubrimos una yegua que sentía el amor de un padrillo estrellándose en el negro azulado.”

Y vos divertida me dijiste: “ya que lees algo de Rusia, contáme de las grandes duquesas.”

“Las niñas duermen porque no saben que afuera, en el mar que las adormece, hay cuerpos que son ultimados; y que toda la esfera comienza a ser objeto de una codicia perfectamente explicable por el hambre. Las niñas eso no lo saben.”

Y los días pasaron, y cada uno a su manera, fuimos volviendo a la normalidad.




8
Una cinta me rozó el hombro.

Y por un momento temí que no entendieras el significado de correr, los dos tras la cinta que el viento raptaba por la arena humedecida.

Fue la víspera de Reyes.

Esa noche mis zapatos volvieron a recibir una ofrenda -una ofrenda que soñé que puso tu madre-; eran chocolates envueltos sobre un pasto muy tibio.



9
En la playa que forma el codo de la bahía, se juntaban dos heladeros con la señora del puesto de coca. Y conversaban un rato hasta que desaparecían detrás de las chapas:

“Atrás de una chapa colorada, a treinta grados, la siesta profunda, visceral, la siesta de dos heladeros con su atuendo blanco; dos heladeros que  quisieran abandonarse en la arena; regenerar su alma, asumir los subterráneos lazos que perforan a la planicie y los adentran en las húmedas cavidades que goza el agua; con el cuerpo y en el cuerpo. Lamiendo su pasmosa amargura; calmando su necesidad de redención; soñando con un cargado renacimiento.  

Y hablando de cargado: me he dado cuenta que mi cuerpo es un arma; un arma que llevo inconscientemente cargada a todos lados; y que de una forma u otra, el arma se dispara. Y lo curioso es que el cuerpo asesina a su semejanza. Parecería algo innato: cada mañana cuando despierto, me doy cuenta que quiero verlo perforar los blancos diseminados sobre la tierra; deseo verlo traspasar la velocidad de la luz; sentir que estalla en otros cuerpos, y que son otros los que no sobreviven a mis ansias.

Y a la mañana siguiente, todavía dormido y con amargura en la boca, mordiendo las hojas me digo: `la tarea está cumplida, puedo nadar en paz.´

Pero luego sobreviene el arrepentimiento, como un ángel grisáceo se precipita en mi tierra baldía, incisivo, irritado, y me somete de rodillas a repetir los nombres de los asesinados; aunque sean pocos, aunque sus cuerpos todavía reposen tibios.”

Y cuando terminó el trayecto, quería nadar porque el sol se colaba entre los árboles. Y cada parroquiano iba para su casa. Y lo que faltaba era el ocio ardiente entre ranchos armados por hombres que navegan en chalanas; embarcaciones que cruzan los canales amarillos en el último instante que pasa.



9
En las noches de verano alguien me sigue descalzo entre los eucaliptus. En las noches de verano alguien me deja respirando cerca de un cuerpo que me mira atónito.



10
“Otro día comienza en la península.”

Excursión a la isla “La Madrina”:

“En la gruta todo parece sereno: pequeños peces rozan nuestras piernas cuando todo vuelve a estar desnudo, y con tu vista en el suelo, recostada en la arena, sentís el gusto que tiene la sal cuando se traga.”

Entre médanos cubiertos por un césped muy cuidado espié a los bañistas de la pileta vecina.

Y cuando despertaste, te dije: “Vamos a caminar que es lo que único que se puede hacer con el tiempo.”

Y en la rompiente vimos bolsas negras que parecían cuerpos de hombres que se ahogaban.

En esas recorridas, entre las olas nos encantaba ver los objetos que el mar se robaba. En esas recorridas una luz vibrante tenían los rostros ahogándose más allá de la rompiente.”

La fascinación por las cañadas refulgentes, y las voces perdiéndose entre acacias rociadas de arena, eso era lo que me incitaba a querer seguir caminando.


Esa noche hubo una tormenta impresionante. Fue una noche iluminada por rayos; una noche espléndida y fatal para mi antigua casita de niño en el árbol.

Y cuando terminó la tormenta, salí a caminar para ver rocas mojadas que me deslumbraban con su celo.



11
Recuerdo cuando bajo el sol, recostados en la escollera, intentábamos despertarnos; aunque nos resultara imposible, porque las olas, con sus latidos envolventes, nos lo negaban.

Y el sopor turquesa descendía sobre nuestros cuerpos, y la voz del viento, era el eco de tu cintura cuando cimbreaba.

A pocos metros visitábamos una cañada.

En su orilla pude resumirte qué es el verano:

“Verano: miles de figuras que con desesperación quisiera rozar. Miles de figuras elegantes que van por la orilla mostrándome sus pies desnudos.”

Y lo comenté con excitación, pero vos no lo aceptabas.

Más tarde, mientras pescábamos, te pedí que intentaras ver una corvina en el agua; que anticiparas el cúmulo de luz que lleva la ola.

Esa imagen sensual está latiendo sobre mi cuerpo dormido. Una imagen que repite lo que me decían tus labios aquella tarde completamente acelerada: “una vez que salen del agua, no respiran.”

Esa visión me atormentaba. Y para calmarme, me gustaba tener cerca un vaso de agua; frío, muy frío, de un cristal inmaculado y con una pequeña sombrilla turquesa en el borde. Esa sombrilla estaba reclinada en el abismo como una mariposa, y el vaso estaba de pie, sobre la roca. De ese vaso bebíamos: uno a uno, rezumados por el pálpito que circundaba a los cuerpos de mañana.


12
Una noche soñé que dormía sobre trigales; y que mi cuerpo encendido destilaba un líquido violáceo que corría hasta el agua embrutecida de un arroyo.

Ese arroyo me dejaba en un jardín rodeado de tilos centenarios.

Y una voz decía: “En la primera toma se puede ver un jardín soleado; preciso en la fragancia que protege; su cuerpo desnudo permanece en la hierba, apenas tocado por el césped, tal como quería. Y más allá, tres rosas chinas, hacen pensar que ellas son quienes otorgan una perspectiva más explícita.”



13
“Hemos caminado más de dos horas siguiendo la playa; un trayecto que podría depositarnos en un escenario orgulloso como la hoz que quiebra el trigal; incandescente como sus tallos, en una superficie donde no sería necesario continuar la marcha.”

Y sin ropas nadaríamos.

Y en algún tramo de la playa sentí el olor de un elefante marino pudriéndose entre rocas más filosas que lo normal. Y cuanto más me acercaba a su piel  sedosa, mejor captaba la inquietud que tenía la playa.

Durante la tarde pescamos y bebimos desde temprano, por lo que al tiempo de flotar en el bote anclado en la bahía, no supe más del sol ni del agua, y mucho menos de los peces encolumnados en el océano, frotándose. Tampoco recordé el clamor de otros cuerpos que nadaban; no supe más de ellos. Y pude reposar; sentí al fin que descansaba de los millones de seres que viven circundándome con sus modos calientes.

Pero la visión de los peces abriendo su boca a intervalos, me perseguía durante la noche, y en los sueños, los peces se ahogaban muy cerca de las jóvenes de la sombrilla.

Y con mi sufrimiento, caminaba durante la siesta. Hasta que un encuentro con un pescador, me permitió tomarme el tema con otro ánimo.


En la playa había colgado de una soga veinticuatro cazones -lo sé porque los enumeré con cuidado-, cada uno medía unos ochenta centímetros, y cada cual parecía mover su cola como si todavía nadara; como si aún pudiese soportar el aire que a cada segundo lo ahogaba. De manera que al pasar frente a la soga, le dije al pescador que aquello era una obra teatral, y él, sonriente, se dispuso conmigo a mirar el espectáculo.



14
Y al volver a la casa, se me ocurrió mirar los gatos que tenía la casera para escribir: “Un círculo inmenso, formado por caracoles también inmensos; eso fue lo que encontramos en una playa distante; y cinco gatos con su lomo al sol parecían custodiar el lugar. Y nosotros, estupefactos, como no teníamos verdadera noción de lo que soñábamos, no tuvimos el coraje de persignarnos.”

Y caía el sol sobre la montaña, y yo lo deseaba ver posarse sobre el mar.

Y para consolarme miraba la roca, erguida como un ropero lustroso y macizo en el centro de la playa. Y cuando las olas chocaban su cuerpo, veía el dinamismo que tanto deseaba.



15
En las noches de calor, sentía el leve rumor de los sauces perdidos entre los pinos que resguardaban la casa.

Y te quise ver bajo sus ramas, con miles de manos acompañando tu espalda; vacantes y tocados por una vertiente imaginaria que rozaba nuestros labios, arriba y abajo.

Esa tarde de carnaval te pedí que fuéramos a dar otra vuelta.

Y apenas terminamos, escribí en mi diario: “La tarde que paseamos sobre los caballos de madera, tus ojos transitaban el lomo atigrado, y mis manos entre las tuyas, movían las riendas.”


Ese domingo mientras corrías al bebedero, sentí la clase de viento que anuncia una tormenta. Fue a la salida de misa. Y a la distancia pude ver el chorro de agua desarmarse hasta lograr el efecto deseado sobre tu rostro entumecido.  

Y como el viento soplaba tan fuerte, fuimos a ver las olas golpeando la escollera. Unos minutos después se desató la tormenta.

Las gotas se repetían; y vos, desde el muelle, segundos antes de que llegasen al agua, tocabas su leve color platino.

Y las sombrillas cerradas eran ese cuadro de la melancolía.



16
Años después, cerca del acantilado donde se levanta la casa, pude ensayar este relato -seguramente para saber algo de nosotros todavía-.

El punto inicial para recorrer el tiempo y los lugares que imaginé en tu cuerpo, lo busqué en un día nublado; la tarde que te conocí, hace ya muchos años, cuando hablaba con la cabeza gacha.

Y el relato fue escrito en un presente perfecto:

“Un leve susurro deslizan las olas cuando alcanzan la orilla. Allí es donde los cuerpos comienzan a padecer la visión de una sima, honda y breve al mismo tiempo; una sima hacia donde corren atraídos; sin ningún tipo de esfuerzo, encantados por el perfume que despiertan sus pies cuando golpean el suelo.

Y los cuerpos, extendidos y con las pupilas ardientes, se arrojan a un lugar, en donde al caer, horadan la materia, por ellos padecida, tantas veces amada.”



jueves, 16 de julio de 2015

En otro tiempo


En otro tiempo los dibujos eran parte
de lo fantástico que tiene la expresión
por la expresión misma y por el placer de sentir
que lo que está en potencia es dicho.

Los animales de la granja
no eran mejores que los salvajes
porque los salvajes eran cosa
de algún modo más seria.

A las hojas más hermosas
las llamaban orejas de elefante.

Después la educación hizo lo suyo.

Y los animalitos se fueron a una cuevita
en el fondo del patio de la casa
que mi tía Eleonora habitaba
en ese barrio lleno de árboles
que le daban alergia.

Había una falsa laguna ahí.
Una pileta chiquita donde esperaba ver,
cosa que nunca ocurría, peces naranjas.

Cuando leés y leés lo único que te queda
es el sabor de ciertos lugares
que se palpan por instantes.

Y la gracia de ciertas frases o ciertos ambientes
que nos llevan a lugares conocidos.

La manera como concluís tus poemas
es demasiado abrupta, escucho.

Los fuertes que armé en ese fondo
ya no están, es lógico.

Los hijos te regeneran ese instante
colgado de un pendiente.
Se despiertan así las idas a una costa embravecida
con grises de lo más vivaces.

Las Santa Ritas, son también herencia
de esa infancia tan cercana a lugares
entre bucólicos y propios de un sueño.

Las caminatas por ese barrio se dividen
entre el tiempo
en que no reconocías el nombre de las calles
y el tiempo en que comenzaste a saber,
más o menos, dónde estabas.



miércoles, 15 de julio de 2015

La voz del poeta y el portero Anselmo

Le cuesta a la voz del poeta emerger
entre las lavandas de un campo
ideado por un ingeniero del agro
de lo más estudioso en los modos exactos
en donde la métrica de las plantas debe ir.

Los joviales encantos de los gatos se pierden
en la medida que nos acercamos al cementerio
y advertimos que ellos se han multiplicado
de manera atroz.

Lo mismo pasa con las mandíbulas de los tiburones.
Si están bien secas al sol, suelen exhalar un olor bastante
pasable; se aguanta. Sino te conquistan
desde el olor a putrefacción y mar.

Las idas en bici por la calle que daba hacia
el mar y las tardes previas al carnaval.

Hay negocios que tienen el encanto de los años
y de los dueños que mantienen el status que se ganó
en base a muchos clientes que se fueron contentos.

Los carteles, por lo general, lo evidencian.

Sigo pensando en esa fuente en donde una vez
una señora mayor se bañaba. Está loca, me dijo
el portero Anselmo.

martes, 14 de julio de 2015

Obsesiones

Atrás el sol que se alza
y establece una escala de colores
que es musical en su bondad.

Un barco se acerca a puerto,

Las viejas y sus vigilias me obsesionan.
Lo mismo esos ranchos salvajes
que se ven en mitad del campo
a la par de las cuevas en donde
los bichos más simpáticos
duermen.

El campo tiene muchas cosas dignas.
Por empezar las vacas y su parsimonia.
Para seguir ese modo contemplativo
que se agota en el ir y venir de
los autos que por la ruta pasan.

Los habitantes, en orden, ven la tele.

También en el campo se fornica bastante.
Y también los árboles se mueven.

Los barcos son otro punto de interés
en la medida que simbolizan
viajes monumentales que después
están hechos, cumplidos, Aventuras que han quedado
en la piel y que ahora están enmarcadas en el puerto.

El cuerpo de un lobo marino pudriéndose
entre las rocas apenas tocado por el mar.

Las hortensias que evocan una falsa Alemania
y los teros cerca custodiándolas.

Los lugares en donde sirven un buen café.

El puerto es de una simpatía total por eso.
Lo mismo los perros y las plazas con barrancas.

Los cuerpos bajo el sol de ellas.

Las antiguas novias también, ellas tienen
un amor ido pero no del todo.

Y después están los hospitales que uno
aprende a valorar en la medida que percibe
la decrepitud como una instancia más.


domingo, 12 de julio de 2015

Amanece en el pueblo


Amanece. El día es nublado y la noche
fue, si me pongo dramático, cruel.
Uno debe tenerse paciencia.
Paciencia en todos los sentidos.

Las pisadas tiene esa fascinación
en casi todos. Una tras otra, arman 
un camino, un rumbo. Son importantes.
Miro el río. En esta parte es hermoso.
Pega un codo el caudal y el ritmo del agua
parece disfrutarlo. Los peces, si es que están, saben algo. 
Lo mejor del paisaje es el puente.

Las víctimas de la violencia, cuando pasan frente
a la iglesia, se persignan y en sus calles de barrio
los perros parecen más atentos que en el centro.

Los carteles que anuncian los comercios
tienden a deprimirme. Lo mismo los autos
demasiado fantásticos, demasiado nuevos.
Prefiero los intermedios.

En el campo las labores se emprenden
con una alegría indecible. Lo supongo
porque no he trabajado demasiado
con las manos. Debería, me repito.

Los árboles en este lado del pueblo
son fabulosos. Una cantidad de años 
los vuelve estoicos y magníficos.

Qué lindo es cuando encontrás
la voz. Pero uno nunca está seguro 
de haber alcanzado tamaña proeza.

Como tampoco uno sabe a qué género 
pertenece lo que escribe. Ahí pasan unas palomas. 
Son grandes. Vuelan en el cielo perlado y otra,
ubicada en un árbol, canta con ese canto 
que es como un lamento. Son preciosos.

Ahí está el negocio de pastas que fascinaba
a mi abuelo. Servían los ravioles con un pollo
entero. Algo extraño, una costumbre
que se perdió.

Después, está lo de Fabianich. Todavía siembra 
batatas. Una tarea trabajosa.

Y más allá, lo sabido: la construcción de tres pisos 
que era un puterío, orgullosa, a las espera 
de más acontecimientos.

Los diarios deberían leerse sin mucha atención. 
Como de hecho se leen. El cementerio, con ese manto 
de putrefacción, evoca el tiempo de una niñez perdida.
Debo recuperarla, me digo.

Conocí un pintor que le pasaba lo mismo: 
no sabía si lo que hacía era un logro o no. Es porque 
le das demasiada importancia al producto
sentenció mi abuelo.

Llego a lo de mi tía. Fredy, el casi grandanés
me saluda. Son almas fraternales ese tipo de perros 
¿por qué? Dejo el portón como estaba, abierto.
Ella está en el fondo. Toma un mate, como siempre.
Y más en los días de invierno grises en cierta forma
pesados, víctimas de un extraña melancolía
que ya no siento.


viernes, 10 de julio de 2015

El chiste de algún genio

El paisaje todavía conserva su encanto.
Se interpreta esto por el volumen
que tienen los árboles y el porte de los
autos. Van calmos
con sus terminaciones perfectas.

Están hechos para llevar mujeres
con sweaters fucsias, pienso.

Los restaurantes simulan una alegría
que es bastante lograda.
No se extraña nada de las miserias
que circundan las columnas de las facultades
llenas de carteles en favor de un voto.

Donde hay demasiada exigencia
si hay recurso, se instala el brillo, calculo.

Los turistas son seres con vocación
por el conocimiento. De ese modo
se definen frente a los guías.

Las grullas son seres de lo más logrados
en su estética china.

Es que los chinos tienen ese sentido
de la plasticidad que estos pájaros imitan.

Siempre que hay riqueza, en estas latitudes,
se ubica la pobreza para recordar a todos
que lo impecable tiene un costo. Un lado
B. Un corte a favor de algo todavía más profundo.

En este caso no dudo de que un rancherío
debe estar cerca. Es condición de estos
lugares vidriados en donde la gente
ríe y come, y bebe y sueña que el fin
del mundo fue el chiste de algún genio.



Una jornada

Los bancos cumplen su función
en la medida que reciben el dinero
que a su turno es volcado en el mercado.
O algo así es lo que pasa
según leo en el diario a medida
que el subte avanza.

El vagón es bastante lúgubre
o la gente que lo habita así lo expresa.

Ésta es mi estación, me bajo.
Las chicas con esos jeans tan ajustados
despiertan las ganas de fornicar a cualquiera.

También pienso en comprar un jugo
de esos bastante sintéticos
que al menos no tienen gas.

Y también pienso en lo feo que es almorzar solo
sin tipos con los que hablar de fútbol ni de otras
cosas intrascendentes que se vuelven importantes
a medida que generan placer.

Avanzo hacia la avenida
porque los ruidos se sienten menos

Las viejas recalan en los bancos
de la plaza aunque sean bastante incómodos.

Los perros, atados, ladran y los nenes
descubren el mundo bajo la mirada atenta
de sus madres o niñeras.

El día es gris,la ciudad grande.
Las ruletas deben estar quietas.
El río está en su sitio.

Tengo ganas de trascender
la necesidad de trascendencia, pienso
en otra muestra más de mi patética
elocuencia.

Miro la rima y la dejo.

Debería ser más bárbaro.
Ser como esos guerreros que iban
en un tiempo inclemente a matar a otros
para conquistar tierras
que después iban a ser saqueadas,
las mujeres violadas, y así.


Una identidad alejada de las ideas


Cuando amanece el río está perlado
los árboles son casi del todo negros
y los perros se empecinan
por salir para funcionar según sus instintos.

Algunos autos pasan.

¿Es posible sostener
una identidad alejada de las ideas?
Hasta hoy nunca me había dado
cuenta hasta qué punto uno quiere
partir de ciertas ideas para establecer
quién es. Las sortijas de la calesita
al fin y al cabo se entregaban a algún
niño que de esa forma repetía la vuelta.

Las cosas en la calle son bastante
diferentes a lo que uno lee en los libros.
La supervivencia del más apto
parece ser la regla y las construcciones
que hacemos acerca de los líderes
intelectuales no dejan de ser inventos
destinados a sostener la cultura.

Por eso que los camiones
parecen tan afirmativos
y las chicas lindas
exhalan el éxito del impacto.




jueves, 9 de julio de 2015

Distintos animales sobre la ruta

La gran bondad que tiene esa ruta:
te deposita en una playa.

Las nubes también acompañan.

Como acompaña el ir y venir
de los camiones y autos
que siguen su esquema de viaje.

Avanzar en diferentes sentidos
será de ahora en más imprescindible
hasta el final de los días, supongo.

En el campo en cambio
las cosas se vuelven más lentas
y a los actos de sadismo
por lo que sé
les pasa lo mismo.

Es que en la quietud
aparecen fantásticas imágenes
acumuladas desde tiempos
de la inquisición
eso lo sabe cualquiera.

Los diarios solían dar noticias sociales
hoy casi nunca.

De cerca la gente es casi mejor
que de lejos, o peor: cuando maneja
muchos son unos idiotas.

O al menos es lo que decía
una novia maravillosa que tuve.

Hay mujeres que son novias
espléndidas, de eso no cabe duda.

Y hay porteros que son buenísimos
es decir; la gente a veces la pega con su función.
Y tantas veces van sin un buen rol.

Es decir: la gente es como los timbres
a veces suenan bien; a veces no.

Y en el fondo pasa lo mismo
con los poemas, que son bastante
difíciles y casi nunca riman.

Los pájaros eligen recalar
en la ruta. Las mariposas también.

Son fenómenos raros. Pero se advierten.



La nueva película


A la salida de las iglesias
siempre las fuentes y a la vez
la obsesión y los quioscos con todo
tipo de cosas útiles y a la vez
las paradas de colectivos y por supuesto
los taxis que avanzan con lentitud
y los afiches con sus proposiciones
a los efectos de lograr un poco más
de cosas que establezcan cierta idea.

Esas viejas que piden para sobrevivir
le parten el corazón a más de uno.

Lo contrario a los flacos que buscan
el pan con los objetos que robaron,
dicen en la esquina los señores
que esperan el rojo para cruzar.

Las torres con el tiempo han logrado
fascinarme. Lo mismo las subidas
y las bajadas que tiene la ciudad.

No es de extrañar que las mejores
construcciones pertenezcan a lo público
en la medida que la pertenencia es el motor
del progreso, escucho o me lo invento.
No estoy seguro.

Las flores en las plazas
duran bastante poco.

Lo contrario de lo que pasa
en ciudades más prósperas.

El final de los imperios
trajo todo tipo de nuevas fábulas.
Y las chicas ahora duermen
a la espera de más noches de baile.
Lo mismo los chicos que sueñan
con abrazarlas y después entrar
con ellas al cine a ver una
película que muestre un poco más.

Ciudad moderna

Los pobres que incomodan con sus pedidos
mientras las personas intentan abstraerse
en las mesas de sus angustias de seres
más acomodados.

La pasión por tomar
las avenidas más rápidas.

La voluntad de tener un mejor auto.
Las rubias que se tiñen todavía un poco más.
Las rusas que se asemejan unas a otras
en las proximidades de la ciudad
que está siempre con un ritmo
que los taxistas llaman "el habitual".

Los monumentos que exaltan
las gestas históricas.

Los semáforos y sus ritmos.

Los poemas que uno escribe
sin saber la mayoría de las cosas
que quiere decir.

Las vueltas de la calesita en la plaza
que admira el calesitero como parte de su oficio.

El ritmo cansino
que a veces tienen los perros
y la obsesión por hurgar lo que está
en los rincones.

Las doncellas de los cuentos de hadas.

El supermercado tan bien lustrado.
Como lustrado están los muñecos antiguos
que permanecen en el escaparate de las subastas.
Es porque son de jade, me explican.

Las rubias y morochas que son famosas.
Los viejos que también son célebres por
su encomiable autoridad para decir.

Los pibes que escuchan hip hop y mejor:
lo bailan. Las estaciones del subte.
Son siempre las mismas:
no hay acuerdo en la Legislatura
para nombrarlas diferente.

El cielo que se ve en momentos de suma
angustia, si es que angustia es la mejor forma
de nombrar lo que en verdad ocurre.

Escribir poemas

Amanece y la bruma es una manta
que se vuelve a desplegar sobre el río.

Así  se acerca para tocar una ciudad dormida.

No hay nadie en el parque;
los pájaros, muy de tanto en tanto, cantan.

Escribir poemas, quiero creer,
es un acto que en alguna parte
puede tener algún amor
ligado a la belleza.

Ahora el silencio es casi completo
se palpa una presencia muy deseada
que sube hacia los barrios más preciosos
donde los indígenas todavía duermen.


miércoles, 8 de julio de 2015

Chicas más allá del occidente


Se veían en las vertientes
en donde los ríos sonaban
para darle paso a los que entienden
que el paso del tiempo se merece
un juego y después otro y otro.


Y se juntaban con las chicas que ofrecen
su cuerpo a cambio de sexo
y chicas que ofrecen su cuerpo a cambio de dinero,
y chicas y chicos a la deriva.

Uno entre todos

La posibilidad de decir las cosas
con algún grado de precisión
en la sumatoria de los roles
que nos toca actuar
a la par que dejamos
de lado la originalidad
para ser de ese modo
un poco más.

martes, 7 de julio de 2015

Los pajaritos solían cantar

Los diarios a la mañana
y esa precisión casi matemática
para leerlos en tu silla del patio
donde los pajaritos solían cantar
la desolación de las tardes invernales
cuando la multiplicidad de los días se inventaba
un espacio entre el campo que administrabas
y los delirios de ser escritor.

Ellos jugaban a facilitar un sueño
a la posteridad de tortugas avanzando
por una caminito de piedras
en medio de un jardín lleno de orquídeas
y plantas exuberantes
que estaban en los consultorios
de los médicos a los que después ibas
para constatar que todo lo que tenías
estaba en tu mente y que tu mente no estaba
bien ni mal, sino demasiado alerta.

lunes, 6 de julio de 2015

La autoridad de uno

La autoridad propia
como motor de un poder que arrastra
distintas clases de insectos.

Pululan por nuestra querida selva
y se anima a tocarnos los pies.

Son los resabios de un cultura
que está, en esencia, en la mesa de tomar
el té que usan las viejas de alcurnia
un tanto barata en la periferia
de la plaza que tan bien conocemos.

Es tan hermoso pensar en los amplios
departamentos venidos a menos.

No hay palos en estas ruedas
como no hay una estética que se precie
en nuestro puerto.

Es todo muy distinto a oriente
o incluso al norte
toda una serie de lugares
en donde la afectación es otra.


Con suerte uno descubre

Uno con suerte descubre
que estaba equivocado
y que las ideas que sostenían
toda una postura
se merecen algún tipo de olvido.

Las canciones que arrastran su materia
se vuelven libidinosas tocadas en los muelles
donde recalan los barcos más grandes y viejos.

Hay siempre símbolos interesantes: el gallo
que va sobre una bandeja de plata exultante
la pasión de Cristo representada en un garage
lleno de objetos que ya no se usan, y así.

La bondad que tienen los cuadros
es que representan lo mismo siempre
y así crean una falsa imagen de permanencia
que muy bien puede estar en cualquier ambiente feliz.

Las imágenes están superpuestas ahora.

domingo, 5 de julio de 2015

Mi tía Eleonora


Las proteínas, la jovialidad
y las chicas que se aprestan
a conocer el campo sideral
donde la muestra de éxtasis
la encabezan los pájaros.

En su sitio el puerto, al final de
donde van los camiones con sus granos
y las cabezas de ganado
que los pobres azorados
miran con cierta pleitesía
como también adoran a las figuras
encaramadas en ciertos espectáculos
que al fin y al cabo
son bastante rupestres.

Las chicas y los chicos
están en sus escuelas
y los mayores trabajan bajo el sol
ocultado a veces por nubes
que recubren el paisaje con la intención
de volverlo, tal vez, un poco más opaco.
¿O el efecto será el contrario?
Podría ser más brilloso
sobre una bandeja de plata
que tenía mi tía Eleonora
la fantástica mujer que nunca conoció
el mal tiempo porque no hablaba
más que de cosas dignas de ser leídas.

Las plazas tienen sus historias
como la mayoría de las cosas.
Los viajes están para ser recordados
de una forma u otra
y las chinchillas son animales simpáticos.
Todas esas cosas, recuerdo, decía.

Una frase ingenua

Claro, uno está a la espera de una voz
que se muestra espléndida, bruñida
de algún modo segura
y después resulta que es un gatito
que subió al pino más alto y sin demasiada
gracia se lanza sobre el pasto recién mojado
por la mañanita. Esperemos rezar algún día
con algún grado de convicción
y con la mirada en alguna cumbre
espolvoreada en visiones de un color
azul o turquesa. O podrían ser ambos colores
en las plenitud de un agua que corre
en forma cada vez más
firme en busca de otra frase
que uno piensa de forma ingenua.

Los monos que cantan

Los montones de espacios
de pobreza en la periferia
de una voz que se empecina en repetir
las variantes más trilladas del habla
mientras las chicas que se incorporan
a la noche esparcen su pintura
por los sables que se alzan
para de alguna manera honrarlas
en la plenitud de sus goces.

Hay que soltarse, escucho.
Hay que ir a lo alto de esa
torre para ver mejor el río
que como si fuese una lava diluida
viaja con mucho envión.

No hay forma de decir mejor
las cosas, al menos para mí
que estoy a veces de lo más pancho
y siento que esos enanos de la mejoría
me toman para llevarme un poco más
alto en el teatro más hermoso que está en
medio de un selva rimbombante de monos
que de forma espeluznante cantan y cantan
vaya a saber qué cosa.

Ruta 9 y muchos kilómetros

La aceleración y desaceleración
del campo mientras las vaquitas pobres
continúan pastando y pastando.


Los vuelcos que a veces tienen
los camiones
y la inspiración que se pierde
a manos de la insolvencia
de la falta de ideas que asume
el terreno conocido por los vándalos
esos seres que atronaban la civilización
¿o eran ellos los que venían a darle
impulso al tiempo sobre el tiempo
que se había plantado
como un estupefaciente atroz
sobre la verdadera ciudad de Dios?

No hay Dios, ni dios, ni diosito
sobre el campo a medida que anochece
y uno debe seguir, y seguir, no dormir
no estar erecto sobre la idea tan recurrente
de pensar siempre en lo mismo
que es sobre lo que no se debe pensar.

A veces te agota eso
como te agota la fantasía
que esparcen las mujeres
cuando se perfuman y piensan
que sus dones te llevan hasta lo más lejos.


Barro sin alfalfa

La acción de todo lo que simula ser un páramo
en la fragante lucha por incorporar nuevas palabras
que nos suman en un suave ondulación
con efectos adversos y también benignos
porque benigno y adverso
son caras que dejan de estar tan bien dibujadas
en la medida que los ruidos señalan otras latitudes
más allá de los hielos que emparejan la irrealidad
que traen los lobitos recién salidos del vientre
de las madres cariñosas y al mismo tiempo ariscas
en su suma de errores y aciertos
en las cumbres de la desesperación que te ofrece un juego
a los fines de sentirte en una ruleta
que se acelera cada instante más y después
como por arte de magia
se achica en forma instantánea
en los alambrados
del campo cubierto de barro sin alfalfa
y sin granos también.

viernes, 3 de julio de 2015

Plaza San Martín, luna llena tras el Cavanagh

Una distensión fuente de múltiples
emociones que permanecen como
los borrachos que se empecinan
en estar en la barra ajenos
a los tiempos de los otros.

miércoles, 1 de julio de 2015

Cuando los ruiseñores cantan

Lo intransferible de la experiencia
del saber que está como empotrado a las grutas
que se mantienen en silencio
a la hora de hablar por hablar
cuando los ruiseñores cantan.

Esa infancia

Se envuelve
en su resolución
por ir hacia lo importante
que está en el lecho de un río
que a la vez es una imagen soñada
por un ogro que habita lo profundo
de la selva de chocolate en donde
los dibujos de los árboles negros
se mezclan con los tonos de verde
de un modo hermoso y certero.

De un blanco soñado

    Querías separar  la tensión del recuerdo  para que no pertenezca  a un lugar específico.   Pero separar los continentes  no es fácil.   ...