jueves, 16 de julio de 2015

En otro tiempo


En otro tiempo los dibujos eran parte
de lo fantástico que tiene la expresión
por la expresión misma y por el placer de sentir
que lo que está en potencia es dicho.

Los animales de la granja
no eran mejores que los salvajes
porque los salvajes eran cosa
de algún modo más seria.

A las hojas más hermosas
las llamaban orejas de elefante.

Después la educación hizo lo suyo.

Y los animalitos se fueron a una cuevita
en el fondo del patio de la casa
que mi tía Eleonora habitaba
en ese barrio lleno de árboles
que le daban alergia.

Había una falsa laguna ahí.
Una pileta chiquita donde esperaba ver,
cosa que nunca ocurría, peces naranjas.

Cuando leés y leés lo único que te queda
es el sabor de ciertos lugares
que se palpan por instantes.

Y la gracia de ciertas frases o ciertos ambientes
que nos llevan a lugares conocidos.

La manera como concluís tus poemas
es demasiado abrupta, escucho.

Los fuertes que armé en ese fondo
ya no están, es lógico.

Los hijos te regeneran ese instante
colgado de un pendiente.
Se despiertan así las idas a una costa embravecida
con grises de lo más vivaces.

Las Santa Ritas, son también herencia
de esa infancia tan cercana a lugares
entre bucólicos y propios de un sueño.

Las caminatas por ese barrio se dividen
entre el tiempo
en que no reconocías el nombre de las calles
y el tiempo en que comenzaste a saber,
más o menos, dónde estabas.



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