domingo, 21 de febrero de 2016

El reino de la infancia

En una pileta de una casa, en las afueras de Buenos Aires,
un día de verano bastante fresco, después de una semana 
con temperaturas insoportables, agitando apenas el agua,
hablábamos con mis amigos de cuáles eran los miedos 
que teníamos. Que no había motivo, decía uno, 
para preocuparse por las cosas tanto, que más bien 
la alegría era algo que debiera ser más abundante. 
Y sonrió. Y supe que tenía razón.  

Y me fui a dormir esa noche y tuve pesadillas
que me dejaron nervioso y alterado. En los sueños,
con diez años, atado a una cama, era atormentado 
por un hombre al cual nunca podía verle bien la cara.
Solo sus dientes, unos casi destrozados.  
Y pensé que las recetas que se instalaron en uno cuando era chico
se constituyen en realidades que sostienen un reino
que nuestra edad adulta, con mucho empeño, 
debe reconstruir una y otra vez.

Y me levanté, y en señal de agradecimiento y alabanza
a todo lo que había a mi alrededor y era bueno,
escribí esto.





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