“Escenas para la formación sexual
de nuestro zarévich”
Lucas Videla
Trabajaba en una obra acerca de la última guerra en el Cáucaso. El
protagonista, un joven coronel de tendencias homosexuales, debía enfrentar sus dudas
en el campo de batalla. Pero abandoné el proyecto ni bien el tutor del zarévich
me pidió que escribiera una obra acerca de la educación sexual del joven.
Aquí la obra:
Presentación:
El teatro imperial presenta (fanfarrias): “Escenas para la formación
sexual de nuestro zarévich.”
Sale a escena el tutor del zarévich. Tiene en sus manos un libro pequeño.
En voz alta empieza a leer: “Excelentísimo Zar, familia imperial; notable
público, aquí la advertencia del autor:
“Cuando en una fábula, después de muchas peripecias, los protagonistas se
reencuentran para unir sus vidas, no está bien que ahí mismo termine el cuento;
mucho mejor sería extenderlo hasta dejar que lo romántico adquiera su mejor
tono.
En varios actos pretendo representar ese tono. El objetivo está dicho, la
educación sexual del zarévich y, a lo sumo, que la ilustre platea disfrute aquí
más que en sus palacios.
(Se corre el telón)
Primer Acto:
Se ve un lago congelado. Los troncos de los abedules son igual de blancos
que la nieve. El cielo también es ceniciento. Una bandada atraviesa el fondo.
En el centro, se distingue una bañadera. La cámara va hacia el vapor: un
adolescente está masturbándose.
Al costado, unos perros descansan. Todo lo demás está quieto. Se escucha
un silbido y los perros se incorporan; arrastran la bañadera como si fuera un
trineo.
Empieza un concierto de piano que pronto logra que el joven se masturbe
con saña.
Después, a la distancia, se ve a los perros y la bañera.
Cae el telón. Es bordó y tiene ribetes dorados. En el palco imperial, el
zar y la zarina aplauden entusiasmados.
(Se apagan las luces)
Segundo Acto:
El público se reacomoda. Un lacayo sale y con voz aflautada dice: “La
representación que ustedes acaban de ver se trató de un sueño”. Va hasta un
rincón y ordena unos leños. La chimenea es inmensa. Enciende un fósforo y empieza
a distanciarse. A medida que se aleja, notamos que en un sillón, cerca de la
chimenea, una mujer amamanta. Tiene facciones suaves, demasiado para ser rusa;
tal vez sea escandinava.
Arranca un piano. De pie, un militar enciende un cigarro; parsimonioso,
la contempla. Una vez devuelto el niño a la cuna, la madre se arrodilla frente
al hombre, le baja el cierre y comienza a hacerle una felatio. El piano suena
cada vez más dulce. El hombre sigue fumando, sólo la cabeza de la mujer termina
iluminada.
Tercer Acto:
El escenario resplandece. Voz en off: ---Anoche, una joven pisó en falso.
Son los riesgos de atravesar un lago congelado ---. Dos mujiks retiran a la
mujer del agua. Incluso congelada tiene una expresión feliz. Cuando la ubican en
un abrigo, su piel parece más blanca. Los hombres la miran. Está bueno grabarla
para cuando las mujeres duerman y cada uno pueda recrearla y masturbarse entre
frazadas.
El más pequeño se arrodilla junto a la mujer y le acomoda el pelo. Después,
se le tira encima y asoma su pija todavía blanda; enseguida le abre las piernas
hasta formar una v corta. El otro mujik reacciona. Toma a su compañero por la
espalda y los dos forcejean sobre la nieve. El más caliente no tarda en darse por
vencido y se queda en el piso jadeando. Después suspira fuerte. Una vez, dos.
La cámara de a poco se aleja hasta que los hombres llegan a ser dos puntos en
el blanco. Por fin, el público aplaude.
Cuarto Acto:
Afuera llovizna; la noche no llega a
estar helada. Gira la cámara: un grupo de hombres contemplan un pavo asado.
Está en el centro de una mesa bien arreglada; todos llevan puesto un frac.
Aparece una sirvienta con una botella de champagne. Primero sirve y después se
inclina para chupar una pata del manjar.
Mientras mira a la cámara, se levanta el delantal negro con blanco.
Después, se corre la bombacha –chiquita, tal como la imaginábamos-, y empieza a
masturbarse.
La luz se concentra en la expresión de los comensales. Se los ve felices.
Uno, el más gordo, se para, y se acerca a la mujer para chuparla. Los hombres
siguen el espectáculo; cada tanto, toman de su copa, después las luces se
apagan. Arrancan los aplausos.
Quinto Acto:
El ruido del agua golpea el casco. En el camarote principal, un
adolescente es mimado en pieles de marta. Dos mujeres peinadas con rodetes untan
al joven con un aceite que le recuerda sus veranos en los Urales.
La más rubia lame sus pezones y la otra masajea sus hombros.
Él se incorpora y le pide a la rubia que se acueste boca abajo. Cuando la
mujer acata, el joven comienza a refregarse contra su hermoso culo. Pero cuando
parece que la va meter, eyacula sobre su espalda y se larga a llorar. Conmovida,
la otra mujer le acaricia el cuello.
Sexto Acto:
Comienza un concierto de violín. Algunos piden licores, otros invaden el
escenario, las luces disminuyen. Sin embargo, las conversaciones no acaban. De
manera que el director de la orquesta hace sonar su batuta, gesticula y
arrancan los oboes. Al final, el público abandona el escenario y se ordena.
Ahora el director es la única figura iluminada. Dirige con la mirada en
los frescos del techo. Todos recrean escenas de la mitología griega. Las luces
siguen ese interés y los asistentes también alzan su mirada.
Una voz en off se superpone a la melodía y dice: “Mientras dirige, el
director piensa cuánto le encantaría masturbarse, una tarde como hoy, de calor,
con el teatro vacío”.
Y lo que dice la voz en off aparece escrito en distintas pizarras. El
director se da vuelta, sonríe y hace una reverencia al público.
Empiezan los aplausos.
Séptimo Acto
Es de noche. Algunos abedules están reclinados sobre el río. La cámara
busca la corriente. El agua se abre paso entre el hielo.
Más abajo encontramos una carpa. Al costado está el fuego encendido.
Dentro de la tienda se escuchan los gemidos de una mujer.
De unos árboles aparece un cazador. Sorprendido, cuando escucha los
gemidos, se detiene. Deja el arma en el piso y se queda para escuchar los
gemidos.
Incluso, cuando terminan los gritos de placer, el cazador sigue estático.
Después, se sienta contra un árbol y se cubre con su abrigo. Se dispone a
dormir.
Se apagan las luces.
Amanece. El cazador se descubre y mira hacia la carpa. Aún no hay
movimientos por ese lado; solamente un zorro husmea los restos del fuego.
En la carpa, alguien empieza a desabrochar los botones. Primero sale un
hombre, después una mujer. Es regordeta y tiene el pelo castaño. Al verla, el
cazador se pone de pie. Sonriente, se aproxima a la pareja. Primero le tiende
la mano al hombre y después a la mujer; pero con ella el apretón no cede. La
cámara toma a las tres figuras. El amante mira al cazador mientras éste
continúa estrechándole la mano a la mujer; es un intento desesperado por
sugerirle algo.
Las luces se apagan.
Octavo Acto
Por el aspecto que tienen árboles y las plantas, estamos en primavera. Un
hombre escolta a un anciano por el parque. El viejo usa un bastón. Al final se
distingue un lago. Junto a la orilla está una mujer. Tiene puesto un vestido
blanco y un chal turquesa.
Una vez que se saludan se dirigen hasta un banco. Los jóvenes ayudan al
anciano a sentarse y este último les agradece. Después se apoya en su bastón
para disfrutar del lago y los jóvenes se van hasta la sombra de un roble.
Ansiosos, empiezan a besarse. Las luces sobre el anciano declinan.
Observados desde cierta distancia, las ramas del árbol ocultan a los jóvenes bastante.
Vuelven ahora las luces sobre el anciano; lo iluminan de espalda. Pareciera
que duerme apoyado en su bastón. La luz entonces regresa a los jóvenes: el
hombre toma la mano de la mujer y la lleva hasta su entrepierna; quiere que
empiece a frotar la tela.
Él al mismo tiempo lleva su mano debajo del vestido. Así empiezan a
masturbarse mientras, cada tanto, miran hacia al anciano -que vuelve a estar
iluminado-.
Atrás, brilla el lago. Cae el telón.
Novena escena
Sale una mujer al escenario. Si bien tiene rasgos occidentales está
vestida como una princesa tártara. Su traje es verde y tiene dibujos bermejos.
Desde el borde del escenario, mira a la platea e invita a subir a un espectador.
Por sus modos –no se resuelve a ir-, suponemos que es un burócrata.
Parece sorprendido. Y lo mismo su esposa. Pero después accede.
Cuando él sube, lo invita a un diván, le acaricia la cabeza y él, ya más
relajado, cierra los ojos.
Pero, a los pocos segundos, se arrodilla, levanta la pollera de la mujer
y, con su lengua, busca su entrepierna. La mujer, lejos de ofenderse, abre más
las piernas y reclina la cabeza en el borde del respaldo.
Las luces en el escenario ahora son débiles.
En cambio, las luces sobre la mujer del burócrata en la platea se
intensifican y ella, en el público, desafiante, se levanta la pollera. Con una
risa histérica, comienza a masturbarse.
Los aplausos atruenan la sala, es el acto más festejado.
Epílogo
Sobre el escenario el tutor del
zarevich hace una reverencia y agradece el apoyo a esta obra que define como
“una lección innovadora para superar la sexualidad romántica.” A continuación,
habla del brillante futuro que le espera al “nuevo teatro ruso.”
Desde el palco imperial, el zarevich sonríe y le envía un beso. El zar y
la zarina observan extrañados.
Ahora es mi turno, subo al escenario y comienzan los aplausos. Un niño me
alcanza un ramo de flores. Los aplausos no ceden. A mi lado, el tutor me toma
la mano, la levanta, y sonríe.
Mientras se levanta el telón se inicia un concierto de piano. Ahora los
asistentes vuelven a sentarse.
El zarevich aparece sobre el escenario. La sorpresa es total. Sobre las
tablas se lo ve todavía más alto.
El joven comienza a leer:
“Estimado público, querida familia: Un deseo me asalta de tanto en tanto.
Para distraerme reclamo mi carruaje. De esa manera busco distenderme de ese
placer que me convoca y exige tanto. Pero es imposible. El proceso es tan crudo
que cualquier vía de escape fracasa.
En las calles hay signos que me confirman cuánto quiero terminar de
exaltarme. A veces, sueño que en el baño me espera una sirvienta y en el suelo,
mientras la penetro, llego a sentir la peor exigencia. Y después, cuando me
despierto, no vuelvo a encontrar el sueño.”
De pie el público aplaude al zarévich; algunos lacayos le arrojan
claveles. Las luces declinan. El joven sonríe apenas, como descreído y, con una
seña apenas perceptible, ordena bajar el telón.
Fin.