Esto que voy a contar ocurrió
años después en los jardines
de una célebre universidad,
frente a una laguna oscurecida,
un día de viento y nubes.
¿Dónde están los hombres
que buscaban perdurar?,
preguntaste.
Los más capaces a la hora de entender
cómo gobiernan las abejas reinas.
Un panal, continuaste diciendo,
adora las fantasía y la fantasía
radica en repetir la escena: solo
con la rutina aparece la magia.
O al menos, al fin aparece el lugar
de perfecto diseño donde levantar
la figura ennegrecida: un cocodrilo
inmóvil en la orilla, listo para mostrar
sus movimientos más ágiles.
Y en eso una pequeña ola tocó una estaca
que alguien la había clavado en la arena.
Parados en la orilla, mirábamos el mar.
Parece frío, dije.
Así deberían pasar los días y los años.
En la contemplación del agua, dijiste
atenta al ir y venir de las olas.
Una pluma entonces pasó cerca.
Minutos antes habíamos visto
las esculturas de uno de los llamados
genios del arte.
Pronto llegaría el fin del día.
El momento para disfrutar del viento
y a lo lejos de las parsimoniosas vacas.
Detrás nuestro, iban y venían
los pájaros en busca de sus nidos.
Me fijé en los que estaban en las ramas
más altas: tenían un negro brillante.
Claro, cuervos, me dije.
El fin de una era.