De regreso a casa,
recordaba los grandes almacenes
de mi pueblo en la época que me imaginaba
distintas aventuras con mujeres suecas
en donde tenía de socio a un fauno.
Con ese fauno íbamos junto a unos perros
por caminos estrechos de piedras
y de barro.
Vino entonces la noche y la lluvia.
Cuando entré a casa, vi que la tortuga dormía
mientras la perra a buen resguardo la miraba,
intenté hablar de cosas sin importancia
y más tarde ayudé a nuestra hija
con sus inquietudes existenciales.
Y después a nuestro hijo,
que debía estudiar para un examen.
Gracias a esa epopeya, logré
que el viento me pegue en la cara.
Las ventanas de mi cuarto estaban abiertas.
Solo tuve que acercarme
para que el aire me bañe.
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