Me metí al agua, que todavía estaba tibia, y al salir me quedé observando a una mujer que vendía sandwiches con un hijo de unos tres años. Por algún motivo, ese niño me recordó a mí en la infancia. Me puse entonces a pensar en cuánto me fascinaba mirar mi cuerpo frente al mar, en esos años en que uno empieza a tener conciencia de los sentimientos.
Me metí al mar por última vez antes de regresar a casa y, al salir, después de secarme, subí y bajé la pendiente del médano para, ya en la calle, encontrarme con dos jóvenes y una mujer. Uno de los jóvenes, al pasar a mi lado, dijo: “Todo se trata de sexo, menos el sexo”. Una frase que nunca había escuchado.
Unos pasos más allá, al mirar una paloma que observaba el paisaje desde la rama de un pino, al costado de la calle, se me ocurrió pensar en el limitado tiempo que viven respecto del mío. A partir de ahí, pensé que algo parecido podrían pensar las estrellas: nuestra vida es tan corta frente a la de ellas.
Fue entonces cuando me puse a pensar en quién habrá creado el universo. Apenas sabemos que en algún momento comenzó, pero no el por qué ni el para qué. Mucho menos qué había antes de ese inicio, y menos aún qué dimensiones tiene.
Nos toca a nosotros darle un sentido a todo eso. Una oportunidad de ser creativos. Como aquel que alguna vez dijo que el sexo se trata de todo, menos del sexo.