martes, 1 de julio de 2025

Frente al mar

 Me metí al agua, que todavía estaba tibia, y al salir me quedé observando a una mujer que vendía sandwiches con un hijo de unos tres años. Por algún motivo, ese niño me recordó a mí en la infancia. Me puse entonces a pensar en cuánto me fascinaba mirar mi cuerpo frente al mar, en esos años en que uno empieza a tener conciencia de los sentimientos.

Me metí al mar por última vez antes de regresar a casa y, al salir, después de secarme, subí y bajé la pendiente del médano para, ya en la calle, encontrarme con dos jóvenes y una mujer. Uno de los jóvenes, al pasar a mi lado, dijo: “Todo se trata de sexo, menos el sexo”. Una frase que nunca había escuchado.

Unos pasos más allá, al mirar una paloma que observaba el paisaje desde la rama de un pino, al costado de la calle, se me ocurrió pensar en el limitado tiempo que viven respecto del mío. A partir de ahí, pensé que algo parecido podrían pensar las estrellas: nuestra vida es tan corta frente a la de ellas.

Fue entonces cuando me puse a pensar en quién habrá creado el universo. Apenas sabemos que en algún momento comenzó, pero no el por qué ni el para qué. Mucho menos qué había antes de ese inicio, y menos aún qué dimensiones tiene.

Nos toca a nosotros darle un sentido a todo eso. Una oportunidad de ser creativos. Como aquel que alguna vez dijo que el sexo se trata de todo, menos del sexo.


lunes, 30 de junio de 2025

Vuelo Buenos Aires Frankfurt

 

Viajo junto a un hombre pequeño, de mirada afable, con un gesto de humanidad comprensivo con el prójimo. O al menos lo supongo cuando lo saludo, me saluda y me siento a su lado.

Durante el viaje, me llama la atención su capacidad para mantenerse quieto, incluso dormido, con el celular en la mano, tras rezar atento a la pantalla.

Solo me sorprende cuando toma una pastilla después de terminar la bandeja que la azafata le dejó antes. El resto del tiempo permanece con el celular en la mano, tan quieto que por un momento me pregunté si está vivo.

Cuando pierdo mi libro, enciende su linterna para que lo busque. Sonrío y agradezco.

En un momento incluso, cuando dibujo una escultura en mi cuaderno, me parece que mira de soslayo.

Sobre el fin del vuelo, reza luego de ponerse objetos en la cabeza, con movimientos levemente diferentes a los que lleva a cabo otro hombre a nuestra derecha, que es más voluptuoso, y tiene una manta ritual. De pronto, se dirige a la puerta de emergencia, echa a unos adolescentes que esperaban para ir al baño, y sigue rezando contra la pared del avión.

Los rezos de este hombre voluptuoso son más largos.

Ya en tierra, los dos se encuentran en una escalera mecánica, se saludan con efusividad y charlan.

Me gustaría saber sobre la dimensión de las certezas de mi compañero de viaje. En especial, acerca de los beneficios y padecimientos que le provoca su camino.

Poco después, lo pierdo de vista. Solo lo vuelvo a ver cuando una mujer policía lo retiene en la parte de migraciones. Alcanzo a escuchar algo relacionado con la palabra entrar, y otra vez lo dejo atrás. Pero lo vuelvo a encontrar mientras saco las valijas de la cinta. Le digo “Bye”, y mi compañero me dice lo mismo.


domingo, 29 de junio de 2025

Agrigento. Mi hijo

 

Había subido y bajado todas las montañas de los espacios cercanos, y también los más lejanos, y luego había vuelto sereno y alegre, y más que nada dulce, para encender un fuego con todos, incluso los perros que lo habían seguido en busca de sus palabras, que se parecían a las dimensiones del cielo. Ese mismo cielo que había acompañado durante muchas otras vidas el camino en busca de una paz, que al fin había encontrado, y que ahora no lo dejaba, al punto que los otros la percibían y por eso, de a poco, se acercaban.

viernes, 27 de junio de 2025

Agrigento Mi hija

Había enfrentado a todas las ideas y ellas habían quedado, de algún modo, tristes, pero valederas, en su frente, para darle un poco más de dulzura incluso de la que ya tenía, gracias a sus modos amables, para nada forzados. Eran gestos que nacían de una sensibilidad gentil, cariñosa y más que nada proclive a generar toda la pena sobre uno mismo, jamás sobre los otros, que la tenían como alguien que mejoraba sus espíritus al punto de recordarla entre hortensias florecidas, con colibríes alrededor, un día en que todos fueron a disfrutar de una playa alejada, donde nadie pasaba, y entre unas rocas, unos peces de color amarillo y negro —cosa inusual en ese lugar tan atlántico— iban y venían, curiosos por su presencia, cuando ella los miraba.

jueves, 26 de junio de 2025

Ferry Rostock Gedser

 

En Rostock, la espera me permite revisar algunas fotos de lo que encontré en Berlín. Y, al parecer, todavía por esta zona puedo ver bellezas escultóricas modernas. Líneas rectas y dimensiones industriales que simulan espacios donde algo nos dice que también existe la felicidad en las direcciones certeras.

Puede haberla. Incluso sin sensualidad.

Con todo, al ver esas líneas junto a los puntos de fuga marcados por los containers, las fábricas, sus chimeneas y las grúas, unas jóvenes rusas que vi más temprano aparecen —como por arte de magia— en mi cabeza. Son serias y frías, supongo. Incluso despiadadas, llegado el caso. Pero igual, en ese hielo, debajo de sus pies, podría encontrar cierta forma de felicidad…


miércoles, 25 de junio de 2025

Llegada a Bari

El dueño del departamento que alquilo me genera una cierta tensión. Hay algo en él de poco serio, de ladino. Pero sé que tengo que dejar eso de lado y no otorgarle el peso que tiendo a darle. Me cuesta, no obstante. Más que nada, por esa inclinación mía a encontrar motivos para instalarme en el conflicto. Lo curioso es que no soy feliz en el conflicto, pero lo busco casi todo el tiempo, como si fuera una necesidad. Tal vez se deba a que, desde que tengo memoria, he estado centrado en aquello que me molesta. Algo me perturba desde siempre. Puede ser por mi alta sensibilidad, y por un narcisismo consecuente, o por otras cosas más difíciles de desentrañar. Esa perturbación puede venir tanto de los otros, como de mi propio cuerpo con sus molestias. Y sobre todo de mi cabeza, que tiende a llevarme a situaciones de encierro que ella misma idea. No veo que eso pueda cambiar en lo que me queda de vida. Por eso ahora, al fin, trato de tomar estas características como parte inseparable de otras más bondadosas. Y con todo, no es fácil.

martes, 24 de junio de 2025

Un día en Bari

Salida a pie. El primer roce es con una señora que toca reiteradas veces —sin necesidad— su bocina para avisarnos que va a pasar junto a nosotros por la senda peatonal. Mi mujer reacciona, molesta. Luego descubro el castillo románico puglense, un estilo que me gusta por su modernidad asombrosa, basada en la limpidez de sus líneas rectas. Más tarde vamos a ver a unas señoras que amasan en las puertas de sus casas. Inicio una compra con la hija de una de ellas, una mujer joven pero desmejorada por el peso, y enseguida percibo su falta de cordialidad cuando le pido dividir la compra. Hay en su trato algo altanero, y me ofusco, innecesariamente, poniéndome en su misma línea de vida.

Me pasa lo mismo después con un mozo en la plaza y con una señora en un negocio de zapatillas. Se trata, al parecer, de gente que traduce su fastidio por el simple hecho de tener que trabajar con clientes.

La Catedral de Bari es una gran obra. En su subsuelo encuentro inspiración para mis esculturas: piedras apiladas de un modo atractivo, siempre atravesadas por líneas modernas. La cripta tiene un altar barroco logrado y un icono que, a mi juicio, carece de encanto estético. Me pasa lo mismo con los iconos en general: la línea de la Virgen y el Niño Dios no me transmite frescura ni esa potencia primitiva que aparece en otros casos.

En la rambla, acostado sobre un muro, logro una visión del agua, unas barcas y el sol que me devuelve cierta calma. Pero una señora de modos rústicos, tal vez altaneros, habla con nerviosismo a mi espalda y me saca de esa visión. Pronto descubro que está vinculada a un hombre que vuelve de pescar. Después de verlos en un extremo del puerto, los encuentro unos veinte minutos más tarde en el otro extremo, con la misma barca, descargando cinco pulpos de tamaño considerable.

Uno de los pulpos intenta escaparse de forma subrepticia: se desliza hasta otro cajón de plástico sin agua e intenta ir hacia el mar. Me impresiona la escena, por la fuerza trágica del animal en medio de su agudeza instintiva. Lo más raro es que, media hora más tarde, mientras tomo un café en la vereda con mi mujer, vuelvo a ver a la señora pasar rauda en bicicleta, ya sin pulpos a la vista.

Frente al mar

 Me metí al agua, que todavía estaba tibia, y al salir me quedé observando a una mujer que vendía sandwiches con un hijo de unos tres años. ...