Para escapar de tus manías,
caminabas hasta que lo deseado
dejase de pesar. Y con el tiempo
llegabas a parecer un mendigo.
Pero no pedías nada porque
tu intención era dar, no exigir.
Y gracias a tanta bondad,
te volvías un santo
y con el tiempo eras pintado
en una iglesia de Roma
junto a varios ángeles
que te secundaban
sobre ramas de robles inmensos
en un regio valle rodeado
de colinas y atravesado por ríos.
Pero pronto, muy pronto,
querías salir de ahí.