En Rostock, la espera me permite revisar algunas fotos de lo que encontré en Berlín. Y, al parecer, todavía por esta zona puedo ver bellezas escultóricas modernas. Líneas rectas y dimensiones industriales que simulan espacios donde algo nos dice que también existe la felicidad en las direcciones certeras.
Puede haberla. Incluso sin sensualidad.
Con todo, al ver esas líneas junto a los puntos de fuga marcados por los containers, las fábricas, sus chimeneas y las grúas, unas jóvenes rusas que vi más temprano aparecen —como por arte de magia— en mi cabeza. Son serias y frías, supongo. Incluso despiadadas, llegado el caso. Pero igual, en ese hielo, debajo de sus pies, podría encontrar cierta forma de felicidad…
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