Viaje en avión. Asientos increíblemente reducidos agravados por un molesto y voluminoso hombre detrás que no paró de mover mi respaldo. Aguanto más de once horas y por fin le planto bandera. Intento ser claro, sin adoptar un tono excesivamente tenso. El hombre, conteste con su conductas previas, atina a ensayar una justificación infame. Rápido de reflejos, le contesto; quedo orgulloso y pensativo. Tal vez mis días de abogado se extiendan. ¿Debería no batallar con el "otro"?
Llegada a Madrid, aeropuerto. Policías hombres y mujeres. Gente amable y sin embargo de una amabilidad distinta a la latinoamericana. En casa y sus alrededores siento una entrega mayor del otro. Tal vez solo en función de una teoría que tengo y que, como todas mis teorías, es poco confiable: que los pueblos originarios tienen modos más dulces que los europeos. Es cierto: gente encantadora encuentro en todos lados; también gente molesta y desgraciada. Pero que el europeo tiende a ser más brusco..
Viaje a Toledo. Una camioneta manejada por un hombre al que se le entiende poco en su lengua cerrada. Escucha música a un volumen alto. Un mal diseminado por el mundo. Escucha una mezcla de estilos. Pop actual. Tonos gitanos y por supuesto la música "latina" de moda, tan cadenciosa y repetitiva.
Empieza el viaje. La sensación de que estar viviendo algo nuevo pero con la música de siempre. Afuera de Madrid, se repiten los edificios. Gente trabajadora. Personas reducidas a jornadas laborales. Trabajos tediosos junto a pequeños espacios recreativos para el consumo, imagino.
Toledo a la distancia me resulta una antigua ciudad imperial. Alcázar y catedral desde lejos, torres de iglesias que se alzan. Veremos.