Te conté entonces un sueño. Los ladridos de los ovejeros, dije, no podían alterar mi ánimo porque incluso en el estruendo escuchaba pequeños y dulces gorjeos. Otro domingo se terminaba. Los pájaros se despedían. Desnuda, remabas desde la distancia por un lago y, en mi imaginación, atrás tuyo, un glaciar se elevaba sobre el agua.
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