Vuelvo a los galpones de gallinas
después de muchos meses.
El camino está embarrado
Pero se puede pasar.
Me sorprende encontrar basura
al costado del camino;
Cruzo la ruta, compro un agua
en un parilla que tiene éxito
entre motociclistas y gente
que escapa de la ciudad,
y sigo hacia los galpones.
Me cruzo con un cadáver
de un zorro o tal vez un gato.
Tan aplastado está que resulta
imposible saber.
Mi hijo me comentó una vez
que morir será el antes de la vida:
el recuerdo imposible,
Y sin embargo,
no deja de impresionarme
ese cuerpo aplastado y podrido,
así que intento concentrarme
en las pequeñas piedras
que sobrepaso con la bici.
Más adelante, me echo
a tomar el agua.
Frente mío, en unos espinillos,
recalan los pájaros negros que andan
en grupos de treinta a cincuenta
y tienen ese gorjeo tan dulce.
Siento un motor lejano.
Una avioneta pasa entre
las pequeñas nubes.
Acostado, al cerrar los ojos,
siento el movimiento del pasto,
respiro, todo adquiere presencia,
como si el mundo fuera un lugar apacible,
y trato de fijar ese instante:
ya debería emprender la vuelta.