sábado, 31 de agosto de 2019

Los poetas místicos

Recuerdo ese tiempo: queríamos imitar a los poetas místicos
y para eso contemplábamos las cosas en silencio,
abstraídos por la paz que podían adquirir las cosas para nosotros,
y que ellas de un modo oculto tenían,
porque lo verdaderamente valioso estaba en la belleza
que se acrecentaba, en la medida que la mirábamos,
y ella, conectada de un modo que no podemos afirmar que fuera cierto,
perseguía el relajamiento que tocaba al paisaje,
de a poco, deslumbrante y al mismo tiempo muda.

martes, 27 de agosto de 2019

5 palomas antiguas

Una ciudad y una botella debajo de ella. Nuestras manos buscan esas raíces y a montones de novias arrodilladas a la espera de una liberación que podría venir de parte de un rey simpático y viejo y ya no más buen mozo.

Cada vez menos vanidoso y certero, decide que es hora de dejar ir a tantas y tantas bellezas que le recuerdan a unas palomas que alguna vez deseó, quiso, concentró celosamente, y dejó ir con sus potentes manos.


domingo, 25 de agosto de 2019

Quisiera decirle a mi amigos

Quisiera decirle a mis amigos que los discursos pertenecen a una serie de mandatos, intereses y designios que debemos tomar con pinzas para beneficio nuestro porque, una vez que podemos hacer eso, una gran liberación nos invade y nada de los que podemos decir o pensar nos resulta una cadena que nos ata a pesadas murallas pertenecientes a castillos inmensos, pulidos y grandiosamente pesados y costosos. Y que para colmo, debemos defender a ultranza.

Ser libre de pensar que todo lo que nos contacta está sujeto a una amplia gama de interpretaciones, en cambio, nos permite saber que las convicciones que nos atraviesan son insuficientes para garantizar un punto real de equilibrio, y que todo lo contrario, en caso de volverse rígidas nos llevan a permanecer siempre en la misma tierra y frente a los mismos paisajes.

Lo que pasa es que los puntos reales de equilibrio son en verdad una construcción bastante improbable, porque lo más cierto es que vamos a tientas sujetos a miedos, limitaciones y angustias, y en verdad no existe un discurso específico y total capaz de solucionar esa condición de seres vivos, cambiantes y expuestos a un mundo mucho más complejo que lo que cualquier discurso, idea o construcción puede cristalizar.




jueves, 22 de agosto de 2019

Sobre un pasto suave

¿Hay un momento que es, tal vez,
el más alto, digo, cuando descubrimos
que la gloria y las pruebas irrefutables del éxito,
pueden ser dejadas de lado para consideración y adoración
de los otros, y entonces, de pronto, los pájaros del mundo
se reúnen en la copa del árbol para miramos descanar
a nosotros que, sobre un pasto suave,
disfrutamos del comienzo del otoño que augura
lo que es frío y querido y por fin no tan temido?

sábado, 17 de agosto de 2019

Tontamente risueños

*
Rotorua, Nueva Zelanda. Voy hasta el final del camino donde se ve el lago y me siento a meditar sobre el borde de un pequeño muelle. Es inmenso el lago, las montañas detrás lo exaltan. Estoy en el fin del mundo y hay algo mágico, supongo, en todo lo que construyo. Me siento impulsado por el silencio.

Sigo. Después de mucho rato, logro un estado fantástico. Siento un viento adorable en la cara. Nunca pude estar erguido de esta forma tanto tiempo. Es por la fuerza de mi propia energía concentrada, pienso.

Hasta que de un minibus baja un grupo de japoneses. Por lo que escucho, están resueltos a alimentar a unas gaviotas que pululan por los contornos del muelle. Cada vez se me acercan más, los oigo, casi me rozan mientras atraen entre risas a los pájaros que, en el aire, no dejan de graznar.

Quiero agradecer su presencia, aferrarme a su intromisión para darle un sentido espléndido, épico. Pero es en vano. Nada de lo que intento logra apaciguar a mi cuerpo. Según parece, él vive dinámicas mucho más atávicas. Generales del antiguo Nipón veo en mi interior. Recios sobre sus caballos, no dejan de invadir a mi mente. Abro los ojos, siguen ahí estos dichosos japoneses modernos, incólumes, más afables que los antiguos, son montones, y no puedo dejar de percibirlos tontamente risueños.

Como consuelo pienso que algún día anotaré esta experiencia y seré más tierno. Conmigo y con ellos.
Me levanto y sigo.

jueves, 15 de agosto de 2019

Río plateado

¿Y si abren las estrellas
para que podamos también
abrir los discursos que nos aprisionan
en canales de piedra, y de pronto, así, 
liberados, somos capaces de notar 
que la medida de la inteligencia es la capacidad
que tenemos de generar nuevos rumbos,
mundos enteros que son creados por nosotros,
y que no dependen de otros,
ni de manantiales en montañas míticas
porque solo nosotros podemos generar
la chispa  que alguna vez
creímos exclusiva de otros?

sábado, 10 de agosto de 2019

Frente a un cuadro de Tiziano

¿Más allá de lograr un lugar
junto a un venerable gato,
podremos ver los colores,
las figuras incluso,
los matices musicales
que hablan de cierta vieja
y envidiable felicidad?

miércoles, 7 de agosto de 2019

Proyección nocturna

*
Registrar los días, las angustias y la alegrías. Escribir religiosamente antes de la salida del sol y cada noche después sobre el azul del éter. El rol antiguo de los pretendientes.

*
En esta escritura existe un punto que seguramente en poco se modifique. Aun así esperamos un cambio. Un buque sobre el hielo del ártico. O al menos un suelo donde esculpir con entusiasmo. Pegar y pegar. Insistir; ser parte de un detenimiento. Un suspiro infrecuente. El sopor que produce una marginación, un hito. Se lo atribuimos al delicado vínculo. Nosotros y algo más fuerte y grande. Un cuadro. Una imagen de una delicada insignia.

Porque, no sé, tal vez haya un silencio que sea más grande que todos los templos, y más abierto y libre. Y por tolerar todos los murmullos del mundo, los termine de apaciguar y los relaje.

*
El agua baja. Se desliza a un ritmo tenue. Debemos ir hasta su amplio volumen, entrar con el ritmo en una pecera: una luz de un tono espléndido que no puedo decir que sea de felicidad, porque no sé bien de qué es, ni cómo se llama, ni cómo luce fuera de mi mente.

*
Existen estatuas blancas; uno puede deslizarles la mano sin cansarla. Es invierno; el silencio exige más amplitud. Calles rodeadas de alambrados altos y enredaderas hermoseándolos. Y atrás álamos. Alabado sea todo. Estamos a la espera de llegar a un monte oscurecido. Apuesto a que las criaturas en pena hasta ahí llegan. Llegan y descansan como tantas cosas que se tardan en llegar pero llegan.


*
Los árboles, la luna naciente y los animales. Todos buscan una antigua y dorada tranquilidad. El salto para los liberados. Vemos también a todos los sostenedores de los credos, y ahí los dejamos. Quisiéramos no transcurrir ahora.


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Y ojalá llegar a un paisaje, al venerable lago. La orilla donde un ciervo vio los colores y las figuras junto con los matices musicales. Forjaban un paisaje que hablaba de cierta vieja y envidiable tranquilidad.


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Noche ahora. Cuando el frío se intensifica, junta el mar, unos perros le ladran a las formas sutilmente neblinosas del paisaje. Nos tientan a evocar antiguos viajes. Días monótonos del verano. Había en ellos crisis y purificaciones. Era como una publicidad. El enorme anuncio de una ruta perfecta. Nada podía ser tan pero tan precioso.

*
Quiero grabármelo a fuego: cualquier sentimiento de plenitud está destinado a seguir. Pero al menos, bajo los rascacielos, detrás de la iglesia, se puede volver a eso más deseado y asiduo. Debajo, las banderas con tiburones de un club exclusivo y cercano al río. Qué cosa curiosa.


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El mar, con un tono más oscuro que el gris de todo lo demás, nos resulta un cuerpo. En su borde,  somos capaces de pensar las cosas hasta que ellas mismas pueden permanecer en un estado de conflicto e indefinición. Y lo mismo el mar ser un cuerpo querido e inmenso.

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Cada vez más frío. Casi llueve. Unos patos bajan al agua. Recuerdo un telón estupendamente pintado muy superior a cualquier época. Estaba en un teatro inmenso que se caía a pedazos en un barrio alejado de cualquier punto conocido.


*
¿Cuál es el punto exacto donde los pinos, las murallas detrás y la vía que baja la colina, son algo difuso que se detiene? Me arrodillo ante ese pulido silencio.

Pensar cosas tibias, llanas, mansas. Ahora, que las puedo admirar, no quisiera cambiar este momento por nada.

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Entonces, mucho no entiendo: Si ni el lenguaje ni las imágenes pueden seguirme de cerca ¿somos el pasto por donde lo furioso de las noches camina? Otros patos más pequeños buscan un desenlace en el cielo. Van con un tierno y esmerado apuro. Para ellos debe ser la ruta del trabajo a la casa.

Solo le temen a un eclipse, un registro cegador que no se puede admirar sin consecuencias.

jueves, 1 de agosto de 2019

Una abeja luminosa

Poemas en Nueva York

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Me fijo en la manera amorosa como nos dedicamos a juntar las hojas que se desparramaron por el jardín, casi en las inmediaciones de un sendero cada vez más inundado por las lluvias ocurridas en el norte.

Más lejos, unos niños se empeñan por generar risas en viejos ciudadanos mientras sus padres añoran cuadros donde en una selva ingenua se esconden animales purificados por los colores que trae el aceitado atardecer. Empieza el otoño.


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Un cuadro así exige crear un óleo dotado de una luz capaz de quedar reducida por la majestuosidad que encontramos cuando nuestros impulsos, entre hojas enormes, vuelven a rozar lo que estuvo a la par de un comienzo.

O cuando la mirada deja de buscar la amplitud y se instala en el cauce donde una vieja perra aguarda la llegada de su benefactor.

Un impulso que se mece en nosotros a la espera de un espléndido y solitario roble que se desplomó sobre una calle apenas iluminada.

Busco cada día esa calle.


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Ya es de noche. Seguimos ansiosos por tocar lo que alguna vez fue incipiente y tierno. Un ímpetu que alcanzamos entre rápidos pasos, asombrados, llenos de una tibieza que más tarde quedó alejada de lo que debiéramos rememorar cada día. Ah, la suavidad! Éramos y aguardábamos lo que vendría. Los bailes adolescentes. Cuadras, montones de cuadras, y nosotros todo el tiempo de la mano. Las fuentes rebosantes de agua. Las luces sobre lo más frío de la calle.


*
No hay nada capaz de convencernos de que esa predisposición inicial ya no nos acompaña. Ni siquiera porque creemos en las más fugaces contemplaciones y alguna vez, regocijados, buscamos la aprobación de los otros, hasta que de pronto, advertidos por la redentora luz que ofrece el final del día, nos volteamos hacia unos niños, que así, ajados y solícitos, crecieron.


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Mejor que se desaten los lazos en los muelles donde los antiguos barcos dormían. Quisiera abordar esa aceptación, cada límite. Hacerlo y quedarme en los pálpitos. Lo presentido por obra y gracia de lo que no podemos precisar y por eso llamamos ternura, fragancia.


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Tal vez todo sucedió para que estemos hoy, hombro con hombro, frente al río oscureciéndose, ya no más ensimismados por las aglomeraciones de seres que buscan una razón que los contenga.

En la grandeza de una imaginada montaña nevada no hay más demoras, allá lejos, muy lejos de este parque donde sobrevive el césped castigado y algo crecido.

Aunque tampoco veo demasiado tráfico por acá. Fluyen las personas por las autopistas junto al río. Todos van hacia algún lado. Muchos no saben bien hacia dónde. Somos como ellos. Debemos agradecer eso.


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Tomo el lápiz: no hay palabras capaces de decir mucho y sin embargo las busco. Intento transmitir una indeleble impresión, o al menos un punzante y colorido cuadro. Un objeto capaz de satisfacer a mis hermanos. Los que creí brutales, muchas veces distantes y ahora abrazo. Cantan los pájaros: amanece. Conviene celebrar eso.


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¿Dónde está el lugar humedecido donde el sutil diseño apaisado de los arbustos encuentra la posibilidad de comunicar lo que presentimos?

Ese instante que a la hora de ser entrevisto se vuelve esquivo.


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Casas centenarias con árboles inmensos alrededor. Las mirábamos una y otra vez mientras reverenciábamos la grandeza de los postulados y los perfiles adustos. Las opciones que nos elevarían como el producto casi exacto de ciertas ideas.

Pero por suerte, había un punto insistentemente luminoso, venido desde un lugar húmedo y lejano, ínfimo pero extremadamente potente, desde donde nació una abeja, frágil por fuera, espléndida por dentro, llena de la sutil adoración que su íntima luz le daba.

Y esa abeja terminó por iluminar el obelisco filoso que produce una angustia que responde a un estado incluso anterior al dolor, uno que no sé de dónde viene, pero intuyo responde a vivencias que esperan que las rescatemos.


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Anoche escribimos en la libreta de las compras: Nuestros brazos deben volverse tiernos. La fuerza de las estrellas nos toca. Todo se equipara en la mente porque su ferviente potencia moldea el escenario.

Conviene recordar eso.


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Este discurso solo intenta tomar lo que está desparramándose por todos lados continuamente. Porque es sabido: no es posible dar con un elemento que nos permita concluir una frase con demasiado énfasis. Solo el amor sentido da respuestas.

Pero para sentir un amor así hay que trabajar mucho, insistir hasta que un día en la playa, al fin despreocupados, gracias a nuestro abandono, se presentará solícito de la manera menos pensada.


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Pasa un viejo tren. No puedo imaginar lo que había antes del tiempo. ¿Hay búsquedas imposibles porque lo absoluto las lleva hasta la intrascendencia?

Si así fuera, no debiéramos tener otro objetivo que encontrar una lagartija al sol sobre un piedra que conserva el rocío de la primera mañana.

Los pájaros saltaban

  Esa misma tarde, cuando por fin llegaste, puse un antiguo tronco sobre las ramas secas de un arbusto y ardió todo estrepitosamente. Ningún...