Quisiera decirle a mis amigos que los discursos pertenecen a una serie de mandatos, intereses y designios que debemos tomar con pinzas para beneficio nuestro porque, una vez que podemos hacer eso, una gran liberación nos invade y nada de los que podemos decir o pensar nos resulta una cadena que nos ata a pesadas murallas pertenecientes a castillos inmensos, pulidos y grandiosamente pesados y costosos. Y que para colmo, debemos defender a ultranza.
Ser libre de pensar que todo lo que nos contacta está sujeto a una amplia gama de interpretaciones, en cambio, nos permite saber que las convicciones que nos atraviesan son insuficientes para garantizar un punto real de equilibrio, y que todo lo contrario, en caso de volverse rígidas nos llevan a permanecer siempre en la misma tierra y frente a los mismos paisajes.
Lo que pasa es que los puntos reales de equilibrio son en verdad una construcción bastante improbable, porque lo más cierto es que vamos a tientas sujetos a miedos, limitaciones y angustias, y en verdad no existe un discurso específico y total capaz de solucionar esa condición de seres vivos, cambiantes y expuestos a un mundo mucho más complejo que lo que cualquier discurso, idea o construcción puede cristalizar.
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