Seguía el ritmo de los días y las estaciones, según la alegría de los que viven el instante como los pájaros, y así encontraba cada mañana un sol, gracias a su sonrisa, que potenciaba sus ganas de reírse de las cosas para sentir lo espontáneo de los rostros, y también de los primeros pasos, que conservaba para valerse en cuanto los necesitase para ahondar sus impulsos de bondad, que eran lo que la impulsaban una y otra vez, sin pausa, para disfrutar de los pájaros que iban a su ventana. Su casa estaba llena de plantas y de flores, a las que se les ocurría mirarla como lo hacían el resto de los mortales, para recibir una alegría que las salpicaba y después se esfumaba hasta formar un recuerdo.
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