Esa noche cerraba los ojos y no había nada distinto a la oscuridad. En mi imaginación, debía presentarse una luz, pero no llegaba. Solo continuaban los miedos que disimulaba en proporción a su tamaño. Hasta que, al día siguiente, desde una lomada, vi una piedra inmensa rodeada de ovejas. Me pareció redondeada y sensual. Un pasto debajo oscilaba. Ya no llovía. El verde humedecido destacaba unos laureles rosados y blancos. El viento silbaba, no había nadie a la vista…
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