Estábamos en la orilla del río, a un costado de los silos donde se ven unos juncos. A pocos metros, descansaban unos perros mal alimentados. En la orilla de enfrente, unos patos serrucho estaban de pie perfectamente quietos. Hablabas de “pintar un junco hasta respirar el junco” con relación a unos dibujos japoneses que pertenecían a tu abuelo. “Los compró en Asunción de joven”, dijiste.
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