Había subido y bajado todas las montañas de los espacios cercanos, y también los más lejanos, y luego había vuelto sereno, alegre, y más que nada dulce, para encender un fuego con todos, incluso los perros que lo habían seguido en busca de sus palabras, que se parecían al cielo. El mismo que lo había acompañado, durante otras vidas, por un camino en busca de una paz, que al fin había encontrado, y que ahora no lo dejaba, al punto que los otros la percibían y por eso se le acercaban.
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