lunes, 30 de junio de 2025

Vuelo Buenos Aires Frankfurt

 

Viajo junto a un hombre pequeño, de mirada afable, con un gesto de humanidad comprensivo con el prójimo. O al menos lo supongo cuando lo saludo, me saluda y me siento a su lado.

Durante el viaje, me llama la atención su capacidad para mantenerse quieto, incluso dormido, con el celular en la mano, tras rezar atento a la pantalla.

Solo me sorprende cuando toma una pastilla después de terminar la bandeja que la azafata le dejó antes. El resto del tiempo permanece con el celular en la mano, tan quieto que por un momento me pregunté si está vivo.

Cuando pierdo mi libro, enciende su linterna para que lo busque. Sonrío y agradezco.

En un momento incluso, cuando dibujo una escultura en mi cuaderno, me parece que mira de soslayo.

Sobre el fin del vuelo, reza luego de ponerse objetos en la cabeza, con movimientos levemente diferentes a los que lleva a cabo otro hombre a nuestra derecha, que es más voluptuoso, y tiene una manta ritual. De pronto, se dirige a la puerta de emergencia, echa a unos adolescentes que esperaban para ir al baño, y sigue rezando contra la pared del avión.

Los rezos de este hombre voluptuoso son más largos.

Ya en tierra, los dos se encuentran en una escalera mecánica, se saludan con efusividad y charlan.

Me gustaría saber sobre la dimensión de las certezas de mi compañero de viaje. En especial, acerca de los beneficios y padecimientos que le provoca su camino.

Poco después, lo pierdo de vista. Solo lo vuelvo a ver cuando una mujer policía lo retiene en la parte de migraciones. Alcanzo a escuchar algo relacionado con la palabra entrar, y otra vez lo dejo atrás. Pero lo vuelvo a encontrar mientras saco las valijas de la cinta. Le digo “Bye”, y mi compañero me dice lo mismo.


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