Los pájaros se reúnen
en la copa de un cedro
para vernos sobre el pasto.
El lugar donde tantas veces
disfrutamos del comienzo del otoño.
Recordabas a un gato de la vecina
que acechaba a los pájaros...
Tocándolo podríamos entrever,
decías, los matices que hablan
de una vieja y envidiable felicidad.
Un buque encallado hace años
donde la luz pega en un borde oxidado.
Había entonces calles rodeadas
de cercos y enredaderas
que avanzaban sobre álamos.
Y después un monte oscurecido.
Estábamos en la orilla donde un ciervo
miraba el viento sobre el agua.
Qué cosa curiosa rememorar
algo tan fantástico como un ciervo
junto a unos viejos pescadores.
Admirar su tono oscuro,
incluso azul junto al agua,
sobre el fin del día.
Se puede vivir razonablemente
bien junto al mar, acordamos.
Y se siente más el frío, dije.
Lloviznaba. Dos patos bajaron al agua
y otra vez volvió ese telón de un teatro
ubicado en un barrio alejado
de cualquier punto conocido.
La encantadora periferia de la ciudad.
Un barrio con un nombre francés,
si recuerdo bien.
Por un instante los pinos,
las murallas detrás y la vía
que baja fueron algo difuso.
Pasaron entonces otros patos.
Una bandada en la ruta
del trabajo a sus casas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario