Una ciudad con un taller
donde moldeábamos el barro.
Después de hornearlo, gracias
al color de la arcilla, veíamos
a unas novias arrodilladas
a la espera de una liberación
que llegaría de parte de un rey
simpático y viejo que les diría a las novias:
Las dejo ir. Ya no tocan mis manos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario