Esa noche estabas con el niño
al que le gusta hablarte al oído
y ese niño te pedía una entereza
que no podías darle: la fuerza
que levanta a los maizales.
Porque una obsesión tomaba tu cuerpo
como si se tratase de un territorio útil
para desde ahí tomar otros espacios.
Por eso ibas hacia el silencio.
Imaginabas que la tierra sería tuya
cuando pudieras crear silencio.
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