En una estepa con perros hambrientos
que presumen "el verano se va",
con palmeras que convocan a miles
de víboras en lugares altos,
con monitos que se acostumbran a
serpientes y loros verdes, grandes
y fieros que también tienen un lugar
en lo alto. Con todo eso y muchas cosas
que integran un espacio que me tomaría
miles de años contarles, se hizo un pedazo
de tierra con un nombre espectacular.
Itá Caabó, se llama.
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