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sábado, 30 de agosto de 2025

La construcción

 Hola hijita cómo andasMurió L. Me lo comentó la otra L que trabaja con nosotros. La primera L fue secretaria cuando todavía vivían mis abuelos, cuando ellos, junto a mi padre y mi tío, comenzaron con el estudio. Había estudiado Bellas Artes e incluso se había recibido, pero no estoy seguro de si llegó a dar clases como profesora o a realizar algún recorrido plástico más o menos extenso. Debí habérselo preguntado las muchas veces que hablamos de arte, aquellas tardes en que, como yo, quedaba atareada junto a los procesos tediosos y largos —pero a veces convocantes— en los que se dirimen los conflictos entre las personas jurídicas y físicas de esta república. Con los años decidió estudiar derecho y también se recibió de abogada y llegó a ejercer con mi tío, más que nada en la defensa o la arremetida de otros, como hago yo y como hacía también mi padre. Pero todo el tiempo fumaba mucho, de manera continua. Ofuscada, necesitaba ahogarse en el humo, donde fuera y como fuera. Así llegó, en los últimos años, apenas con sesenta y pico, a no poder ya respirar. No tenía esa capacidad, me explicó mi tío ayer, cuando lo llamé para decirle que sentía tristeza por su muerte. No era capaz de respirar. No quiso, o no pudo, hacerlo a lo largo de todos esos días que estuvo con los expedientes en ese despacho contiguo al mío, frente al enorme palacio de Tribunales. Fumando con sol y con lluvia, invierno y verano. Hasta que un día no respiró más, dejó de existir y nos dejó a sin palabras. Sin respuestas: ¿Por qué alguien hace eso en el despacho contiguo al mío? ¿Por qué, si a ella le gustaba el arte? ¿Acaso el arte no basta para salvar la vida de quien se acerca a sus márgenes? Parecería que no. Tal vez el arte no es más que un invento destinado a embellecer un tránsito. Me decía hace un rato, y todavía me lo digo: tal vez no tiene una pulsión redentora porque esa fuerza está más atrás, oculta. En el fondo tiene que ver con la muerte, que al fin y al cabo establece el mayor de los sentidos. A cada uno le toca construir el suyo en esos bordes, pienso esta mañana nublada, a la espera de una tormenta anunciada desde hace un par de días. Espero no caer en lo categórico al decir eso, pienso, pero me reafirmo: la vida se trata de cómo uno se prepara para la muerte. Y creo que lo pienso bien. La carita pobrecita

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