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jueves, 27 de noviembre de 2025

Ciudad de Wanda

Después del tour histórico regresamos a la recepción. Preguntamos a la joven que nos atiende acerca de la posibilidad de ir a almorzar al hotel cercano, el más moderno, construido con madera de pino pulida. Pero mi hijo prefiere el menú de nuestro hotel. Está encantado con la cocina.

Almorzamos en la mesa que está en el vértice entre las dos galerías y nos echamos un rato a dormir la siesta. Cerca de las cinco, salimos hacia el Salto Bonito. Una cascada con un complejo que ofrece mesas y sillas de madera algo desvencijadas junto al agua. Tiene un bar con apenas un par de sillas de plástico.

En la puerta, un joven sostiene con fuerza a un rottweiler que quiere venir hacia nosotros con intención de jugar; aunque su actitud no termina de ser clara. Pido una Coca-Cola. No tenemos, me informa la joven que está con el muchacho del perro. Elijo un jugo para ayudar a los chicos. 

A mi hijo tampoco le gusta el parador. Tomamos un camino que baja hacia el río. Unos niños juegan al fútbol en una cancha con piso de cemento no muy grande. En la costa, pasamos por la prefectura. Al río se lo ve a la distancia. Calmo y con un marrón oscuro que brilla. Mejor emprender la vuelta a la ciudad de Wanda.

Ya en la ciudad, bajo a comprar unas almendras en una dietética y luego vamos a la plaza principal a una confitería que se llama Varsovia. El sitio mezcla lo guaraní con la comunidad polaca. Salgo con una sensación de irrealidad. Estoy en un espacio más fantástico, más libre. En cierto modo, más perfecto. Lo vislumbro en las personas que veo en la calle y en los comercios. Sonrientes, extraños por su aspecto; originales. Los vinculo con un aspecto mío que me encantaría conocer mejor.


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