Pregunto por un tour histórico que ofrecen en la recepción. Es muy fácil, me responden. Coordinamos para hacerlo. El guía, un hombre afable, se empeña en contarnos la historia del lugar con lujo de detalles. Tal vez demasiados. Al final, formulo las preguntas que deseaba cuando el hombre finalmente se calla. No sé por qué tengo esa ansiedad por no quedar opacado por alguien que habla demasiado... Ojalá pudiera pasar más desapercibido de mí mismo.
Ni bien salimos del predio del hotel, tomamos una calle que baja hacia el río. A nuestro lado, está la selva y sus pájaros. Nos explica que en el lugar donde ahora vemos la vegetación llegaron a vivir más de dos mil familias. Cuando llegamos a una capilla, nos explica que hace poco la pintaron para un casamiento. Los novios se ofrecieron a pagar la pintura. Pero eligieron un color tierra desafortunado. Mejor sería un blanco, acordamos.
Desde la entrada a la capilla baja una escalera de piedras hacia el río. Allí se ubicaban los feligreses para escuchar la misa, nos explica. Incluso había gente del lado de Paraguay. La voz del cura se escucha gracias a la acústica que crean el agua y las barrancas. Un espejo por donde me imagino iban las palabras. De ese modo, creer en algo superior sería más fácil. Vivir con mayores certezas. Otra tranquilidad; otra entrega. Yo me contento con mirar el agua.
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