No pasé una buena noche. Me empezó a molestar un oído y temí haber comenzado con una infección. Recordé que el agua de la pileta no lucía en buen estado, un evento que en el pasado me resultó sumamente doloroso. Como otras veces, sobreactúo el inconveniente.
Tomé mucha agua, como hago en estas ocasiones. Así mis nervios, pienso, serán capaces de calmarse. También opté por leer un poco: El diario argentino de Gombrowicz. Pero no logró atraparme. Está bien escrito, e incluso encontré momentos interesantes, pero no sé si por mi estado de ánimo, o porque el autor no termina de entregarse, no logré una inmersión profunda.
Los pájaros empezaron con sus cantos y pronto los intensificaron cerca de mi cuerpo gracias a la ventana abierta. Un viento fresco hablaba de una selva atravesada por ríos. Intenté concentrarme en eso y de a poco pude calmarme. Por fin, cuando recuperé unas escenas eróticas, logré dormir un poco más. Me despertó mi hijo con un llamado a la habitación en el horario que habíamos quedado: nueve y media.
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