Muchas veces,
en una estación de servicio
abandonada, con el auto apagado,
para tranquilizarte, escuchabas
el ruido lejano de la ruta.
Cuando abrías los ojos
te acompañaban unos
plumerillos inmóviles,
y otra vez los colores
pasaban reclamándote
como señores feudales
que piden por sus vasallos.
Colores en tonos rojos,
bordós, magenta, y después
turquesa, y más tarde
verdes y azules.
Y vos esperabas también a los grises,
a los blanquecinos y a los amarillos
junto a los pájaros.
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