¿Por qué vivo en Buenos Aires? Nací acá. Es mi casa, mi tierra y, al mismo tiempo, el lugar que todo: lo encuentro lejano a la naturaleza, al mar, a todo lo que busco en un espacio. Y sin embargo lo quiero; está todo acá: lo conocido, lo sentido, lo fácil. Y a esos puntos puedo volver una y otra vez —las veces que quiera—. Me gusta caminar por mi historia.
El tráfico. Los ruidos ensordecedores, agobiantes, muchas veces persistentes, que me enajenan y, a la vez, en contadas ocasiones, me llevan, sin que lo busque, hacia los pájaros: esos que aparecen en un árbol escondido en algún pulmón de manzana, incluso donde no hay ninguna vegetación aparente.
Y están las noches una detrás de la otra, en las cuales fui feliz. Anduve en un tren excitante, prometedor. Algunas chicas pasan en esas ráfagas. Un taxi. Alguien que me toma de la mano, me sonríe, me promete decirme algo en el próximo semáforo rojo y, por fin, cuando nos detiene uno, me lo dice. No recuerdo ahora qué era eso que me quería contar. Solo quedó su sonrisa, ni siquiera su cara. Nada más. Apenas su nombre, que ya no tiene apellido. O sí, ahora lo recuerdo, pero ya no importa frente a la fuerza de esa sonrisa cómplice en un semáforo de una avenida que conozco de memoria. He pasado infinidad de veces por allí. Está demasiado transitada para mi gusto, pero ¿qué importa, si ahí está mi escena?
La protagonicé yo con ella. Y todavía vibra: recién pasé de nuevo en medio de la noche, de vuelta a casa, y el semáforo me detuvo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario