Hoy mientras volvía a mi casa,
en una esquina de mi barrio como tantas otras,
tuve la sensación de un tiempo remoto,
el de mi juventud, cuando tibiamente estudiaba.
Ese espacio, en parte concluido, volvía a presentarse
para evocar la indeterminación de los días,
su, gracias a la bonhomía de nuestro acentuado carácter,
parecido derrotero signado por frecuencias que alcanzan,
con suerte, el fabuloso sentido de un acto
que será perpetuamente amoroso.
Hoy llegué a eso: pude agradecer el trabajo
de una colega, ponderar mucho una torta
que me convidó la madre de un conocido,
conversar más de lo común
con mis hijos y mi sobrina Olivia
y, entre otras cosas, celebrar una canción
que me hizo conocer un gran amigo
que vive muy lejos
y está muy cerca.
miércoles, 7 de junio de 2017
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