domingo, 6 de julio de 2025

Restaurante de mi amigo

 

Cuando salí de los tribunales, llamé a mi padre, quien me dijo que se había ido a almorzar al lugar al que suele ir en el último tiempo. Le dije que lo iría a visitar, y hacia allá voy. Me queda a solo una cuadra.

Ahora que mencioné el restaurante al que suele ir mi padre —donde, por lo que he visto, cosa que me alegra sinceramente, recibe una mirada atenta por parte de un mozo realmente simpático—, quiero contar que yo también tengo un lugar al que suelo ir a almorzar, en especial después de las tres de la tarde, cuando ya no queda nadie más que el dueño, y donde paso, por lo general, algunos de los momentos más importantes de mi vida. Estar en calma, aunque sea unos minutos, escuchar buena música, sentir cierta pertenencia junto a otros parroquianos, las visitas ocasionales del portero de al lado —Hugo, un hombre del norte, afable, de pocas palabras—, la señora que ejerce de dueña, que dice ser astróloga y parece muy sola en esta tierra, y las charlas con el dueño, con quien tengo bastante en común: la mirada, gustos musicales parecidos, un amor indudable por la buena cocina, que pondero cada día y también critico, llegado el caso, porque soy para eso de lo más avezado. Ojalá algún día pudiera hacer algo con ese don que tengo y que aún ignoro adónde podría llevarme.

Hace más de veinticinco años —diría que veintisiete— que voy a esa oficina frente al Palacio de Tribunales sin demasiada convicción, mucho menos con pasión, y bastante alejado de cualquier sensación de pertenencia, familiaridad o contención que pudiera ofrecerme ese espacio. Nunca ese barrio, con sus oficinas, sus tribunales, con todo ese emporio sólido y despersonalizado, logró suscitar en mí ningún afecto real.  Sin embargo, he consagrado gran parte de mi tiempo a estar ahí, por motivos que podría precisar, pero que, en el fondo, todavía desconozco.

sábado, 5 de julio de 2025

Margen

 

Hoy, más temprano, me puse a escribir y luego a contrastar esa escritura con el chat inteligente. La verdad es que entablar un diálogo con él me da la pauta de que en cierta forma nosotros mismos somos una especie de chat inteligente. Digo esto porque, en el fondo, él reflexiona a partir de una enorme cantidad de información y de secuencias lógicas incorporadas, que le otorgan un margen de autonomía limitado no tan distinto del nuestro. Siempre me he preguntado hasta qué punto podemos ir más allá de toda la información, los estímulos y las estructuras que hemos absorbido. ¿Cuánto margen de autonomía tenemos frente a esos condicionamientos? ¿Qué grado de libertad real nos queda para crear algo verdaderamente propio, algo apenas próximo a la raíz de un árbol?

jueves, 3 de julio de 2025

El fuego

En fin, lo concreto es que ayer, a las doce y media, pasé por tribunales para hablar con una joven bastante atractiva que, ahora que lo pienso, no me generó ninguna necesidad de proyectar sobre ella algún tipo de encanto. Tiempo atrás me hubiese ocurrido casi sin pensarlo, y eso es algo que empiezo a notar con asombro. Todas esas figuras femeninas que solían resultarme tan fuertes, tan convocantes y tan perturbadoras, poco a poco van perdiendo su potencia. O más bien, es una declinación suave la que percibo, como un apagamiento tenue que me deja en un estado de perplejidad desconocida. Los cuerpos siguen impactándome, pero pierden sus fuegos.

Hablé con ella sobre cuestiones de trabajo y luego volví a la oficina para enfrentar un par de desafíos que siempre quiero sortear lo antes posible, con la esperanza de ocuparme de otras realidades. Pero lo cierto es que las preocupaciones, de un modo u otro, se las ingenian para volver. Se cuelan en mis pensamientos, exigen atención, insisten en mantenerse vivas. A esta altura de mi vida, me pregunto si alguna vez eso cambiará.

miércoles, 2 de julio de 2025

Dos de espadas. Tarot

 

Me levanté cerca de las diez y media de la mañana, luego de atravesar otra vez ese impasse en el sueño que me persigue desde hace más de diez años. Siempre aparece un agobio voluminoso por cuestiones de trabajo, aunque sospecho que detrás se esconde algo más profundo: el miedo al fracaso. Ese miedo no se refiere tanto al trabajo profesional que tengo —el que me da cierta seguridad económica— sino a lo que más me gusta: lo artístico. Ahí está el riesgo, y ahí también el miedo puntual a no estar a la altura.

El razonamiento es más o menos conocido —me lo repetí mil veces—: si dejara mi profesión, que tanto me costó construir, para adentrarme en un camino tan incierto como el artístico, probablemente terminaría sin el pan y sin la torta. Sin la seguridad económica que siempre tuvo un peso enorme en mi vida —y que quizá remonta a algo más antiguo que aún no logro descifrar—, y sin un reconocimiento claro en lo artístico. Ahí está el meollo, y por lo tanto, la tensión.

Durante años, una alternativa funcionó como contrapeso: seguir desarrollando mis intereses artísticos mientras cumplo con mis tareas profesionales. Pero esa escisión, además de generar tensiones, me impide una entrega plena a los proyectos que más deseo. Y sobre todo me mantiene dividido entre dos vertientes que no terminan de conectarse. Debería encontrar la forma de que se fundan. Que algo de cada una llegue al mismo lugar.

martes, 1 de julio de 2025

Frente al mar

 Me metí al agua, que todavía estaba tibia, y al salir me quedé observando a una mujer que vendía sandwiches con un hijo de unos tres años. Por algún motivo, ese niño me recordó a mí en la infancia. Me puse entonces a pensar en cuánto me fascinaba mirar mi cuerpo frente al mar, en esos años en que uno empieza a tener conciencia de los sentimientos.

Me metí al mar por última vez antes de regresar a casa y, al salir, después de secarme, subí y bajé la pendiente del médano para, ya en la calle, encontrarme con dos jóvenes y una mujer. Uno de los jóvenes, al pasar a mi lado, dijo: “Todo se trata de sexo, menos el sexo”. Una frase que nunca había escuchado.

Unos pasos más allá, al mirar una paloma que observaba el paisaje desde la rama de un pino, al costado de la calle, se me ocurrió pensar en el limitado tiempo que viven respecto del mío. A partir de ahí, pensé que algo parecido podrían pensar las estrellas: nuestra vida es tan corta frente a la de ellas.

Fue entonces cuando me puse a pensar en quién habrá creado el universo. Apenas sabemos que en algún momento comenzó, pero no el por qué ni el para qué. Mucho menos qué había antes de ese inicio, y menos aún qué dimensiones tiene.

Nos toca a nosotros darle un sentido a todo eso. Una oportunidad de ser creativos. Como aquel que alguna vez dijo que el sexo se trata de todo, menos del sexo.


lunes, 30 de junio de 2025

Vuelo Buenos Aires Frankfurt

 

Viajo junto a un hombre pequeño, de mirada afable, con un gesto de humanidad comprensivo con el prójimo. O al menos lo supongo cuando lo saludo, me saluda y me siento a su lado.

Durante el viaje, me llama la atención su capacidad para mantenerse quieto, incluso dormido, con el celular en la mano, tras rezar atento a la pantalla.

Solo me sorprende cuando toma una pastilla después de terminar la bandeja que la azafata le dejó antes. El resto del tiempo permanece con el celular en la mano, tan quieto que por un momento me pregunté si está vivo.

Cuando pierdo mi libro, enciende su linterna para que lo busque. Sonrío y agradezco.

En un momento incluso, cuando dibujo una escultura en mi cuaderno, me parece que mira de soslayo.

Sobre el fin del vuelo, reza luego de ponerse objetos en la cabeza, con movimientos levemente diferentes a los que lleva a cabo otro hombre a nuestra derecha, que es más voluptuoso, y tiene una manta ritual. De pronto, se dirige a la puerta de emergencia, echa a unos adolescentes que esperaban para ir al baño, y sigue rezando contra la pared del avión.

Los rezos de este hombre voluptuoso son más largos.

Ya en tierra, los dos se encuentran en una escalera mecánica, se saludan con efusividad y charlan.

Me gustaría saber sobre la dimensión de las certezas de mi compañero de viaje. En especial, acerca de los beneficios y padecimientos que le provoca su camino.

Poco después, lo pierdo de vista. Solo lo vuelvo a ver cuando una mujer policía lo retiene en la parte de migraciones. Alcanzo a escuchar algo relacionado con la palabra entrar, y otra vez lo dejo atrás. Pero lo vuelvo a encontrar mientras saco las valijas de la cinta. Le digo “Bye”, y mi compañero me dice lo mismo.


domingo, 29 de junio de 2025

Agrigento. Mi hijo

 

Había subido y bajado todas las montañas de los espacios cercanos, y también los más lejanos, y luego había vuelto sereno y alegre, y más que nada dulce, para encender un fuego con todos, incluso los perros que lo habían seguido en busca de sus palabras, que se parecían a las dimensiones del cielo. Ese mismo cielo que había acompañado durante muchas otras vidas el camino en busca de una paz, que al fin había encontrado, y que ahora no lo dejaba, al punto que los otros la percibían y por eso, de a poco, se acercaban.

Restaurante de mi amigo

  Cuando salí de los tribunales, llamé a mi padre, quien me dijo que se había ido a almorzar al lugar al que suele ir en el último tiempo. L...