Por la tarde voy al club sobre el río a nadar en una pileta que está casi en la orilla, frente al agua, y que por lo tanto me fascina, y quiero aprovechar porque son los últimos días de la temporada, pero lo cierto es que el viento frío del sur bajó la temperatura al punto que me pregunto si vale la pena meterme en el agua. Me acerco a la pileta y veo que no hay nadie más allá de los bañeros, que son un hombre y una mujer joven que pasa las horas escapándole al tedio, por lo que he visto. Me intriga qué pensarán de la tarea que tienen a su cargo cada día, y qué harán ahora que el verano se acaba, y sobre todo si los modos despreocupados que les he visto a lo largo de los días es muy propia de sus vidas o más bien es una impresión mía. Como sea, primero opté por almorzar y luego por ir un poco a mirar el río a una punta que se mete en el río y que forma un mirador hacia el río que es una de las cosas que más valoro de mi ciudad donde me encontré con un conocido que suele ir por allá también a disfrutar del agua y sobre todo a pescar -no obstante existe un cartel que dice "No pescar"-, aunque es cierto, como bien me aclaró hace años, que el hace una captura y liberación de los peces, los cuales son llamativamente grandes, porque son dorados que, justamente, supongo, como nadie los pesca, por la zona crecen y, en definitiva, solo son perturbados, al parecer, por este hombre al cual conozco desde su infancia.