Salgo de mi oficina en un horario cada vez más avanzado. Me quedo fijo en la pantalla viendo videos que pretenden relajarme al fin de la jornada. Mujeres que antes me convocaban con sus cuerpos y ahora solo me dan una parte reducida de esa pasión que se mezclaba con una tensión agobiante. Casi es de noche. Miro los pisos altos de los edificios frente a la plaza. Unos pocos están iluminados; pienso entonces en cuánto disfrutaría de tener un piso de esas características. Pero enseguida me parece que donde estoy, ese cuarto piso de un edificio en esquina, desde hace tantos años está bien. Tal vez ya quiero ese lugar después de todo. Empiezo a aceptar la vida que me toca o a entender que todo es muy insignificante en la dimensión universal y, al mismo tiempo, de una importancia superlativa solo para mí. La ubicación de esa importancia personal en lo infinito del universo me gustaría que se acoplase mejor en el tiempo. Solo eso pido. Pero pienso lo mismo a lo largo de los años, y los años se repiten, y por ende los pensamientos. ¿No debería vivir una vida más aventurera? ¿No sería mejor andar más por el mundo, alejarme de esa oficina? Otra vez, con el paso de los años, todas esas ideas se van desgranando. Pero luego recuerdo que la fascinación está en las gotas del rocío, y el rocío aparece por instantes y cubre las plantas.
lunes, 7 de julio de 2025
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