Perfeccionar el habla hasta parecer que ella desaparece.
Disparar las ideas sin límites y sin un análisis que le quite el placer que tiene la irrupción de ellas.
Formalizar los estados en escenas.
Adorar las digresiones porque son la base de un espiral, que es lo más parecido a la vida.
Degollar las pretensiones rimbombantes en torno a producirse como una "marca".
Desechar también el trabajo que no sea una consagración diferente que hacia uno mismo, sino más bien un reflejo de uno mismo hacia el exterior.
Las tareas no son nada sencillas.
martes, 7 de octubre de 2014
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