viernes, 8 de enero de 2016

Corrientes

Los lapachos amarillos, al costado del camino, conducen a senderos más pequeños que sostienen orquídeas, malvones y animalitos. Arriba, el cielo permite a los pájaros otear el suelo. Las plantas se alzan como los soldados de un ejército que resguarda unos cerros enanos que al atardecer se vuelven azulinos y después violáceos.
Sueño con un rancho consumiéndose por las llamas en un paraje lleno de carpinchos que jamás se retiran cuando uno se los pide. El espacio es atravesado por ríos que pueden nadarse a caballo con una precaución: tienen víboras que crecen gracias a los roedores que ingieren por la noche. Hay camalotes con flores preciosas y en pequeñas islas palmeras quietas. En los alrededores veo hombres que dominan los cuchillos y se valen de máquinas y alambres. Después, un sentimiento más allá de lo posible. Un espectáculo religioso, aunque más íntimo.


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