En todos los confines de esta tierra se alzó la espada
para desterrar de una vez y para siempre las veleidades
que nos tentaban a creer que siempre podíamos ser
siempre un poco más. Los dioses entonces,
siempre víctimas de vehementes caprichos,
para desterrar de una vez y para siempre las veleidades
que nos tentaban a creer que siempre podíamos ser
siempre un poco más. Los dioses entonces,
siempre víctimas de vehementes caprichos,
deambularon por la ciudad más felices.
Y nosotros nos echamos, por fin, una soleada tarde,
bajo los antiguos tilos, a leer los poemas
que habían escrito otros hombres en otro tiempo.
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