Soñé con
esa voluptuosa, verde
y
tan fértil laguna con tarariras
de tamaños
descomunales,
en la
mitad de la gran avenida,
mientras
volvía del trabajo
completamente
entusiasmado
con la
posibilidad de irme hacia
algún tipo
de cielo superpoblado
con nubes
furibundas y enfundadas
en cierta
gloriosa y nevada frialdad,
por donde
alegres golondrinas rozaban
los
confines de otras montañas
que, acaso
en los anocheceres
del más cruel y largo invierno,
se
relajaban, una y otra vez,
con la
misma persistencia
que tienen
las olas en esas playas
de un
oriente mucho más lejano
el que hoy
día
puedo imaginar.
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