miércoles, 31 de enero de 2018
Pesca a la encandilada
Estamos con mi amigo, su hijo y el mío,
con el mar hasta la cintura una noche de verano.
Como no tenemos suerte con los faroles y los calderines,
mi amigo decide sacar una vieja red.
Mientras la sostengo de un lado, él la extiende
de forma perpendicular a la suave rompiente
a la altura de los primeros edificios de la península.
En ese paisaje extrañamente urbano,
con la isla de enfrente iluminada,
salen los primero peces.
Firmemente atrapados en las redes,
nuestros hijos no pueden sacarlos.
Decido cortar con mis manos sus cabezas.
Nuestros hijos quedan un tanto impresionados.
Somos como esos peces:
expuestos a los designios de otros más grandes,
que, condicionados por las circunstancias,
terminan con la obligación de tener actos
que solo para nosotros adquieren
una impronta tensa y dramática.
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