Soñé que con mi amigo que ahora vive muy lejos
subíamos la pirámide de Chichen Itzá una noche de luna llena
mientras unos grillos cantaban y los perros decían lo suyo,
y en lo alto del monumento mirábamos el paisaje,
que de pronto dejó de tener algún vestigio de humanidad
para convertirse en un edén en donde se intuía una presencia
que, sin embargo, a medida que el tiempo corría, nunca se mostraba.
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