Soñé que era un hombre capaz de decir
lo que pensaba al punto que otros tenían
un interés superlativo en mis ideas.
Y de ese modo, ellos, mis pensamientos,
quedaban justificados en una nube perenne
que adornaba nuestro amplio valle.
Y desde otros valles, otros hombres, venían a ver
mis inscripciones en el papel y la piedra.
Y mis trazos se volvían, en el medio de esa
reclusión bonita, y por fin segura,
figuras que iban como hijas mías.
Era yo un padre inmenso, enorme, luminoso,
alto y sobre todo pleno
de la quietud de los antiguos sabios.
Y me volvía una gran tortuga extrañamente blanca.
Y atrapado en ese gran caparazón maldecía a mi suerte
mientras numerosos parroquianos venían,
con voces graves y urticantes, a molestarme
con sus consultas e inquietudes urgentes,
y yo debía escucharlos debido a la vanidad
de mi tan bien lograda y cimentada fama.
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domingo, 16 de septiembre de 2018
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