lunes, 24 de septiembre de 2018
La verdad del uno para con el otro
Voy a buscar a mi hija a una fiesta. El lugar está en una cuadra donde bien pude haber estado en mi adolescencia a esta hora avanzada de un sábado. En esa suerte de extraño decaimiento que tiene la ciudad a la madrugada me parece que está idéntica de la calle. Cuando sube mi hija al auto, le muestro una canción que escuchaba cuando tenía su edad. Cuánto disfrutaba esos momentos. No sé, había una fascinación por la vida que con los años cambió hasta volverse más predecible y perder casi del todo su carácter súbito e inexplorado. De algo parecido hablamos más temprano con un amigo que vive en Houston. Lo vi una sola vez en los últimos veinte años. Y sin embargo, hablamos por teléfono seguido. Por muchos motivos, mantengo con él el tipo de potencia que te ofrece usar la verdad del uno para con el otro. Hoy conversé en una plaza mientras anochecía. Es el inicio de la primavera y al menos quería darle algún tipo de significado al día después del trabajo. Entonces me di cuenta de que es lo mismo que intento hacer cada vez que me acerco a la expresión, a lo que en forma una tanto vacilante puedo llamar arte. Creo que la expresión, cuando estamos frente a un impulso creativo, busca eso: detener la indolencia del tiempo; darle algún sentido, un espacio que implique cierto volumen. Y tal vez eso sea bastante tenue pero hasta ahora es todo lo que tengo.
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