Estábamos en un laberinto construido por nosotros mismos durante
años y años de paciente esfuerzo en el medio de una tristeza que me costaría
mucho describir. Hasta que de los cielos recibimos una luz que tocó nuestro entrecejo
y nos dejó una cereza dorada y poderosa. Y desde entonces
pudimos construir un mundo en nosotros y en el resto
plenamente distinto, más abierto y gozoso, y limpio, y manso.
¿Nosotros buscamos esa luz o hubo alguien que nos la concedió?
¿Pero cómo podríamos nosotros responder eso?
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