Vamos en un pequeño ómnibus que nos transfiere desde un lugar cercano al aeropuerto. Acabamos de dejar el auto alquilado. Junto con nosotros viaja un hombre mayor que trabaja en el aeropuerto. Parece ser un técnico. Me llama la atención que es un hombre de unos setenta años. Usa el celular mientras viaja. Y luego detiene sus acciones y, con una expresión que parece de gratificación, se limita a contemplar el paisaje por la ventana. Me pregunto qué estará pensando. Tal vez en ese grupo de personas que han creado las máquinas que hoy gobiernan sus últimos años, en cómo le han dado vida a un mundo que ahora también los gobierna a ellos, y en cómo el mundo, en función de redes que alguna vez estuvieron en la mente de esos hombres, avanza. O tal vez piense en sus antepasados. En cómo llegaron a estas tierras, vencieron a quienes estaban, los diezmaron y ahora, gracias -entre otras muchas cosas- al comercio con millones de hacinados asiáticos, viven en lo que él considera el último reducto de tierra feliz y promisoria en el mundo. ¿O estará pensando en cómo vivir sin hacer mucho tomando contacto con la profundidad de su existencia?
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